Día de Muertos | Pan de muerto: origen, significado y variedades 
Uno de los elementos más representativos de las ofrendas, el pan de muerto tiene un origen complejo.
- Redacción AN / AG

El pan de muerto es un símbolo ancestral del Día de Muertos. En todo México, esta tradición combina herencias indígenas y europeas y ha evolucionado desde tiempos prehispánicos hasta convertirse en un emblema nacional.
Uno de los elementos más representativos de las ofrendas, el pan de muerto tiene un origen complejo que mezcla prácticas prehispánicas, imposiciones coloniales y una evolución culinaria que continúa hasta nuestros días.
Lejos de ser un producto homogéneo o estrictamente moderno, simboliza una profunda continuidad cultural que ha sabido adaptarse a las condiciones sociales, religiosas y económicas a lo largo de los siglos.
Tzoalli
De acuerdo con la investigadora María Angélica Galicia Gordillo, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, en la época prehispánica no existía el pan tal como lo conocemos hoy.
Lo que se elaboraba entonces eran figuras rituales hechas con amaranto y sangre, endulzadas con miel o aguamiel, que representaban a los dioses, incluida la muerte. Estas figuras, conocidas como tzoalli, tenían un alto contenido simbólico y formaban parte de rituales agrícolas y religiosos.
Con la llegada de los españoles se introdujo el trigo, ingrediente ausente en la dieta mesoamericana. Aunque al principio tuvo dificultades para adaptarse al clima, con el tiempo logró cultivarse con éxito. Así comenzaron a elaborarse panes inspirados en la tradición europea, que poco a poco se fusionaron con los rituales indígenas. Sin embargo, este proceso no fue inmediato ni pacífico.
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“Prohíben el uso del amaranto precisamente porque se usaba con fines de ritualidad y empieza a surgir ese proceso sincrético alimentario que da lugar al mole o a diferentes tipos de panes, como el de muerto”, explicó Galicia Gordillo.
Para sustituir las prácticas anteriores, los españoles introdujeron un pan que combinara elementos indígenas y europeos. En España existía el pan de ánimas, un alimento que se obsequiaba a los niños para ayudarles en sus oraciones por los difuntos.
El nuevo pan, elaborado con trigo pero decorado con formas simbólicas —como huesos o lágrimas, y cubierto de azúcar roja—, se convirtió en una representación tangible del sincretismo cultural, en donde la muerte no se percibía como un final, sino como una transición hacia otro plano.
Diversidad del pan de muerto
Aunque actualmente el pan de muerto clásico se presenta en muchas variantes —desde cubierto con chocolate o relleno de nata, cajeta u otros sabores, hasta las versiones tradicionales con azúcar o ajonjolí—, no podemos dejar de lado sus expresiones regionales. En cada zona del país adquiere formas, sabores y significados únicos que reflejan la identidad local y su relación con los difuntos.
Variantes regionales del pan de muerto
Guanajuato. Los panes se moldean con forma de figura humana. Para los adultos se decoran con glaseado blanco y un punto de azúcar rosa al centro; para los niños son totalmente blancos. Se les conoce como almas o fantasmas.
Hidalgo. Existen las tradicionales pelucas, originarias de la comunidad otomí del Valle del Mezquital. Son panes ovalados, lisos y de color rojo, sin azúcar espolvoreada. También se elaboran las moriscas y el xantolo: el primero se prepara con harina, canela, huevo y pulque; el segundo toma su nombre del Xantolo, festividad huasteca del Día de Muertos. Este pan suele tener forma humana, con brazos y piernas, decorado con colores o de manera natural.
Ciudad de México. Las despeinadas son una variante colorida y popular originaria de Mixquic. Se trata de rosquillas decoradas con azúcar de colores, principalmente rosa. Existe también una versión en forma de mariposa, dedicada a las niñas fallecidas, bajo la creencia de que se transforman en este insecto.
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Oaxaca. El pan bordado de muerto combina trigo, anís, canela y manteca. Se decora con motivos florales hechos de masa y pintura vegetal, e incluye una carita de masa pintada con rasgos humanos o de calavera. También destaca el pan de yema, preparado con yemas de huevo y cubierto con semillas de ajonjolí; su miga es suave y aromática. En estas fechas, suele añadirse una pequeña imagen de rostro que representa el alma del difunto.
Michoacán. Se elabora el llamado pan de ofrenda, preparado con harina de trigo, levadura de soya, azúcar y sal. Tiene diversas formas y colores.
Oaxaca (Istmo de Tehuantepec). Las regañadas son originarias de los pueblos zapotecas. Representan a las ánimas de las personas y animales fallecidos. Se elaboran con harina de trigo, huevo, azúcar, manteca de cerdo, mantequilla y sal, y se espolvorean con azúcar y canela antes de hornearse.
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Puebla. Destaca el gollete, similar a las despeinadas, aunque con un simbolismo distinto.
Guerrero. El pan de muñeco es esencial en las ofrendas. Tiene forma humana, se adorna con azúcar rosa o de colores, y simboliza la sangre y la vida.
“Con estas variantes se mantiene la tradición desde una perspectiva cultural y emocional”, señaló Galicia Gordillo.
Entre la comercialización y su valor simbólico
La investigadora también invita a reflexionar sobre la comercialización excesiva del pan de muerto, fenómeno que podría provocar la pérdida de su sentido ritual y simbólico.
Cuando este pan se vende meses antes de la festividad —incluso desde agosto— o se transforma en productos ajenos a su forma original, como cereales o versiones gourmet, corre el riesgo de vaciarse de su significado profundo.
El pan de muerto tradicional posee un simbolismo claro: su forma redonda representa el ciclo de la vida y la muerte; las canillas o tiras superiores, los huesos del difunto o las lágrimas por la pérdida; y la bolita central, el cráneo.
“Cuando el pan de muerto se saca de la idea de ofrendar —porque es una ofrenda—, adquiere tintes comerciales. El pan es un símbolo de conexión con los difuntos y no un artículo de consumo masivo. Si lo sacamos de ese contexto, se pierde su intención”, afirmó Galicia Gordillo.
Una tradición viva
Finalmente, la investigadora recalcó que la tradición del Día de Muertos sigue mostrando una gran fortaleza. Recordó que, desde 2008, esta festividad fue inscrita por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en reconocimiento a su profundo valor simbólico, comunitario y espiritual.
El reto actual, señaló, consiste en mantener el equilibrio: permitir que la tradición crezca y se adapte sin perder su esencia.
“En el caso del pan de muerto, más que un alimento de temporada es un símbolo de identidad cultural y un recordatorio tangible de nuestra conexión con quienes ya no están. Su valor no radica únicamente en su sabor o en su estética, sino en su significado ritual y en su papel dentro de una tradición que nos permite recordar, honrar y celebrar a nuestros muertos”.
Así, el pan de muerto no solo endulza las ofrendas, sino que preserva una memoria colectiva que une el pasado con el presente. Más que un alimento, es un símbolo vivo de identidad y continuidad cultural.
¿Sabías que el pan de muerto tiene raíces prehispánicas y coloniales?
En tiempos prehispánicos no existía el pan como lo conocemos.
Se elaboraban figuras rituales con amaranto y miel —y, en algunos casos, con sangre— llamadas tzoalli, que representaban deidades relacionadas con la muerte.
Con la llegada de los españoles se introdujo el trigo y se prohibió el uso ritual del amaranto, iniciando un proceso de fusión cultural que mezcló las creencias prehispánicas con la bollería europea.
Con huesos, lágrimas y azúcar roja, el pan de muerto se convirtió en símbolo de la transición entre la vida y la muerte.
Hoy, más que un postre, es un puente con nuestros muertos: una forma de recordar, honrar y celebrar.