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La Amazonía quilombola: un bosque preservado que es amenazado por un basurero masivo Naturaleza Aristegui

Las comunidades quilombolas conservan algunos de los bosques mejor protegidos de la Amazonía, pero siguen sin reconocimiento territorial y bajo amenaza.

  • Redacción AN / SH
27 Nov, 2025 13:45
La Amazonía quilombola: un bosque preservado que es amenazado por un basurero masivo
Quilombo Itacoã-Miri en Pará, Brasil. Foto: Samantta Hernández Escobar

Por Samantta Hernández Escobar

Belém, Brasil.- A pocos kilómetros de la ribera del Amazonas, en Menino Jesus, Brasil, las noches siguen siendo tan oscuras como hace un siglo. Es la penumbra de un bosque que aún está en pie: 99% de conservación, un récord incluso dentro de la Amazonía. Pero ese bosque está hoy cercado por empresas, proyectos de infraestructura y un Estado que tarda décadas en reconocer lo que la comunidad ha cuidado desde siempre.

Se trata de un territorio quilombola, mantenido por prácticas tradicionales de una comunidad afrodescendiente. Estas comunidades son herederas de un universo cultural forjado por pueblos bantúes —kimbundu, umbundu, kikongo— que trajeron consigo palabras, ritmos, mitologías y una concepción del mundo donde tierra, cuerpo y comunidad forman una sola trama. Aunque hoy sus lenguas originales ya no se hablan de manera cotidiana, sobreviven en topónimos, cantos, rituales y en la noción de malungo: “compañero de travesía”.

Su espiritualidad —que mezcla el catolicismo popular con religiones afrobrasileñas como el candomblé y la umbanda— entiende la selva como un territorio habitado por ancestros, espíritus y memorias.

Hoy, además, Menino Jesus enfrenta una amenaza directa: la construcción de un relleno sanitario impulsado por la empresa Revita Ingenierias, que ya ha deforestado hectáreas del territorio para recibir la basura de 13 ciudades brasileñas. La obra avanza sobre la porción aún no titulada del quilombo, aprovechando el vacío legal que deja la falta de reconocimiento estatal. Para la comunidad, el proyecto no solo destruye parte del bosque que han protegido por generaciones, sino que también compromete la calidad del agua, del aire y de la vida que sostienen en el territorio.

Quilombo Menino de Jesus en Pará, Brasil. Foto: Samantta Hernández Escobar

En el corazón del estado de Pará, ese mismo bosque se extiende como un tapiz continuo de sombras profundas, húmedo y casi intacto. Desde arriba, la selva parece una sola pieza, sostenida no por políticas públicas, sino por la vigilancia de una comunidad que lleva generaciones defendiendo el territorio donde nació y al que no piensa renunciar.

Pero esa comunidad, pese a sostener uno de los bosques mejor conservados de la Amazonía, ha pasado 20 años intentando obtener la titulación de sus tierras. Y lo que han conseguido hasta ahora —una porción menor a la mitad del territorio que reclaman— está hoy bajo amenaza directa.

“Demoramos 20 años para conseguir 640 hectáreas, menos de la mitad de lo que buscábamos… y justamente el área no titulada es donde quieren implantar el vertedero sanitario”, denuncia Fábio Nogueira Coelho, vicepresidente de la Asociación Quilombola Menino Jesus.

Mapa vía amazoniaquilombola.org.br

La historia de Menino Jesus es una fotografía ampliada de un patrón que se repite en toda la Amazonía brasileña: comunidades quilombolas que conservan el bosque mejor que cualquier otro actor, pero que continúan fuera de los mapas oficiales, sin reconocimiento estatal y vulnerables ante invasiones, proyectos empresariales y decisiones gubernamentales tomadas a kilómetros de distancia.

Una paradoja en la Amazonía: los territorios más conservados son los menos reconocidos

Un estudio reciente del Instituto Socioambiental (ISA), presentado durante la COP30, confirma lo que las comunidades han dicho por décadas: los territorios quilombolas son barreras contra la deforestación.

Los datos son contundentes:

-92 % de los territorios quilombolas permanecen preservados.
-En el estado de Amazonas, la conservación alcanza el 99 %.
-Entre 1985 y 2022, estos territorios perdieron solo 4.7 % de su cobertura forestal original.
En tierras privadas, la pérdida fue del 17 %.
-Cuando los territorios están titulados, la deforestación cae aún más: solo 3 %.

Quilombo Menino de Jesus en Pará, Brasil. Foto: Samantta Hernández Escobar

Además del análisis cuantitativo, el estudio deja un mensaje político y técnico central, en sus propias palabras:

“Superar la invisibilidad de los territorios quilombolas es condición indispensable para el diseño de políticas públicas efectivas en la Amazonía. No es posible planificar conservación, desarrollo ni infraestructura sobre mapas incompletos o inexistentes. La ausencia de datos confiables y de reconocimiento territorial pleno compromete tanto los derechos fundamentales de las comunidades quilombolas como la capacidad del Estado para reducir la deforestación y fortalecer la resiliencia climática”.

A escala regional, investigaciones similares han mostrado patrones afines en territorios de comunidades afrodescendientes de Colombia, Ecuador y Surinam: bosques más diversos y tasas de deforestación 29–55 % más bajas que en áreas comparables.

Y, aún así, los territorios quilombolas siguen siendo invisibles para los sistemas de planificación del Estado.

Un laberinto burocrático que posterga derechos constitucionales

El reconocimiento de un territorio quilombola está garantizado en el artículo 68 de la Constitución de 1988  de Brasil y regulado por el Decreto 4.887/2003 de la propia legislación brasileña. En teoría, el proceso debería incluir identificación, delimitación, demarcación y titulación. En la práctica, el proceso avanza a cuentagotas.

Según la investigación del ISA:

-47 % de los territorios carecen incluso de delimitación básica.
-Solo 160 de ellos están titulados.
-Más del 49 % no ha concluido la certificación de la Fundación Cultural Palmares (FCP).
-El número real de quilombos es 280 % mayor que el conteo oficial.

El problema no es solo la lentitud, sino la falta de coordinación. Los datos de Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA), la Fundación Cultural Palmares y los institutos de tierras estatales usan metodologías incompatibles; el censo del Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE) registra comunidades como puntos geográficos sin perímetro; y muchos territorios permanecen sin mapa, lo que facilita invasiones y proyectos ilegales.

Para las comunidades, la invisibilidad se traduce en vulnerabilidad: sin mapas, no hay defensa jurídica; sin títulos, no hay acceso a crédito, a políticas de desarrollo o a protección ambiental.

Érica Monteiro, mujer quilombola de Itacoã-Miri, lideresa en la organización Malungo, lo explica con claridad:

Es necesario escuchar más a los pueblos de la selva y salir del discurso… Sin comunidad no existe ciudad. La comunidad, con la garantía de sus territorios, consigue mantener la vida de las personas de la ciudad.

La solidez de la conservación quilombola no depende de leyes, sino de prácticas ancestrales:

-Sistemas agroforestales que combinan cultivos con árboles nativos.
-Agricultura de subsistencia que mantiene la fertilidad del suelo.
-Extracción sostenible de açaí, castaña y aceites vegetales.
-Vigilancia comunitaria frente a madereros ilegales.
-Reglas internas para el uso del territorio y sus recursos.

Estas estrategias han permitido que comunidades enteras vivan de la selva sin destruirla. Pero, para consolidarse y adaptarse a un contexto climático cambiante, necesitan inversión e innovación.

En Itacoã-Miri, el açaí no es solo un fruto: es energía, calendario y economía. Las familias quilombolas organizan su año en torno a la subida y bajada del fruto, que madura en los palmares manejados por ellas mismas desde hace generaciones. Allí, el açaí se cultiva bajo sistemas agroforestales que combinan sombra, diversidad y suelo vivo, y que permiten mantener el bosque prácticamente intacto.

Recolecta de açaí en el quilombo Itacoã-Miri en Pará, Brasil. Foto: Samantta Hernández Escobar

Empresas como Natura, que desde hace años incorpora ingredientes amazónicos en sus líneas de productos, han demostrado que es posible generar valor económico reconociendo el papel de las comunidades tradicionales en la cadena. Pero para los quilombolas, el valor real del açaí y la castaña no está en la demanda comercial, sino en que permiten vivir de la selva sin destruirla: son cultivos que expresan, en la práctica, una relación milenaria entre bosque y sustento.

“Necesita llegar tecnología para parar de deforestar y empezar a reforestar… El açaí es un paso, pero necesita estar asociado con otra fuente de ingresos. No tenemos acceso al crédito ni a tecnología para mecanizar la tierra”, afirma José Maria Alves Monteiro, padre de Érica.

Mientras el reconocimiento no llega, otros actores avanzan.

En territorios como Menino Jesus, empresas privadas han ingresado sin consulta previa, amparadas en vacíos legales. El proyecto del relleno sanitario es solo un ejemplo, pero otros quilombos enfrentan minería, acaparamiento de tierras y disputas con el propio Estado.

“Las leyes que amparan a las comunidades muchas veces no se cumplen. Nuestros derechos son violados por hacendados y empresas, y el gobierno brasileño no nos da seguridad”, denuncia José Maria.

La Amazonía está llena de superposiciones: concesiones mineras, carreteras, registros irregulares, proyectos de infraestructura. Allí donde el Estado no reconoce, el mercado ocupa.

Y los bosques que sostienen ciudades enteras se vuelven frágiles.

Reconocimiento, titulación y políticas reales

En todas las entrevistas, las demandas se repiten:

-Titulación colectiva inmediata, según la Constitución.
-Políticas públicas básicas: educación, salud, saneamiento.
-Financiamiento directo para conservación y economía forestal.
-Ser escuchados.

Como señala Érica Monteiro: “Es un medio paso positivo, pero necesitamos alargar ese paso y reconocer a las poblaciones por sus especificidades. Así como existen los pueblos indígenas, queremos ser reconocidos como pueblos quilombolas”.

Quilombo Itacoã-Miri en Pará, Brasil. Foto: Samantta Hernández Escobar

Los territorios quilombolas no solo son unidades geográficas o categorías legales, son sistemas vivos de conocimiento, cultura, organización social y relación con el bosque.

Ignorarlos ha tenido consecuencias, como territorios sin mapa, datos incompletos, invasiones constantes, políticas fragmentadas.

Pero reconocerlos —y titularlos— no solo corrige una deuda histórica, sino que fortalece una estrategia climática probada.

Hoy, en Menino Jesus, el bosque sigue en pie. Pero, sin titulación, este bosque depende de una línea frágil entre la resistencia comunitaria y las decisiones externas. En la Amazonía, donde cada hectárea perdida altera el clima del continente, es una apuesta demasiado arriesgada.

Los datos lo dicen. La historia lo demuestra. Las comunidades lo han advertido por décadas: Proteger los territorios quilombolas es proteger la Amazonía. Y proteger la Amazonía es protegernos a todos.

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Esta contenido se realizó con el apoyo de The Climate Reality Project América Latina, cuyo trabajo busca ampliar el acceso al conocimiento climático y promover acciones informadas en la región