Mirador Político: 19.09.85 Memoria Personal | Jorge Alcocer V. 
Los recuerdos de ese día han permanecido en mi memoria. Por encima de todo, la solidaridad de la gente para ayudar, usando sus manos y herramientas caceras, tiene un lugar destacado. Habiendo nacido en otro lado, ese día supe que esta era mi ciudad. Lo sigue siendo.
- Redacción AN / LP

Por Jorge Alcocer V.
Como cada día, de lunes a viernes, nos alistábamos para el desayuno, mis hijas Aidé y Gloria preparaban sus útiles escolares, mientras su madre hacía lo propio para salir a trabajar. A las 7.19 horas de ese jueves 19 de septiembre de 1985, hace 40 años, inició el sismo. Lo primero fue tranquilizar a las niñas, ya que de un librero cayeron varios objetos. El movimiento se prolongó por casi minuto y medio. Cuando terminó comentamos que se había sentido especialmente fuerte y prolongado. En la unidad habitacional en que residíamos, muy cerca del monumento al caminero, ningún edificio presentaba daños. Pasado el susto, subí a mis hijas al auto y fuimos al centro de Tlalpan en donde estaba la escuela primaria a la que ambas asistían. Una vez que ellas entraron me dirigí a las oficinas del PSUM, en la colonia Roma.
Circulé con normalidad por la avenida Insurgentes, en el radio unos pocos noticieros empezaban a dar cuenta de los daños causados por el sismo, pero todavía sin ubicar sus dimensiones. A lo largo del trayecto no se percibía ningún daño significativo. Solo al cruzar el viaducto Río Becerra empecé a escuchar las sirenas de ambulancias y carros de bomberos. El edificio del PSUM, ubicado en la esquina de las calles de Monterrey y Zacatecas, presentaba una notoria inclinación. Pero lo que más llamó mi atención era el polvo que se percibía en el ambiente.
El encargado de la vigilancia, Manuel Pérez, vivía en un cuarto en la azotea del edificio. Me recibió con una cara de angustia. “se cayeron varios edificios alrededor”, me dijo. Recorrimos piso por piso sin notar más que la inclinación y varias cuarteaduras. Luego salimos a la calle y comenzamos a caminar. Fue hasta ese momento que se me empezó a revelar la magnitud de la tragedia. A la vuelta de la esquina, a unos metros de donde me encontraba, un edificio de departamentos se había desplomado sobre sí mismo. De ahí seguía saliendo polvo. Varias personas miraban azoradas sin saber qué hacer. A los pocos minutos llegaron patrullas de policía y ambulancias. El lugar fue acordonado.
Acompañado de Manuel seguí caminando. Una persona nos comentó que el multifamiliar Miguel Alemán, y varios hospitales ubicados enfrente, se habían desplomado. Nos dirigimos hacia allá. El panorama era dantesco. En el multifamiliar varios edificios habían colapsado y decenas de vecinos se organizaban para intentar el rescate de quienes pedían ayuda desde los escombros. En la zona de hospitales, en lo que es hoy el Centro Médico Nacional Siglo XXI, los edificios presentaban colapsos en los pisos superiores, pero no se habían desplomado. Había muchas ambulancias a las que enfermeras y médicos subían pacientes, incluyendo niños. Después caminé hacia el norte, por la avenida Cuauhtémoc, hasta el cruce con Chapultepec. El edificio de la entonces Secretaría de Comercio se veía seriamente dañado. Pero la mayor sorpresa fue ver las torres de transmisión de Televisa desplomadas. Entendí en ese momento por qué no había señal en la TV de mi casa. Caminando por las calles de la colonia Roma vi más edificios colapsados, o a punto de desplomarse. En muchos puntos la gente se organizaba para el rescate de sobrevivientes atrapados entre los escombros. Las sirenas de las ambulancias resonaban en mis oídos.
Al regresar al edificio sede del PSUM, pude hacer contacto telefónico con Arnoldo Martínez Verdugo, que era el coordinador de nuestro Grupo Parlamentario en la LIII legislatura de la Cámara de Diputados. Una vez que intercambiamos impresiones e información, me pidió avisar a otros compañeros para una reunión a las 20 horas de ese mismo día, en una casa que el partido tenía muy cerca de la UNAM. Así lo hice. Arnoldo me informó que asistiría a la reunión de coordinadores que el líder del PRI en San Lázaro estaba convocando para el medio día. La legislatura había iniciado su mandato apenas el día 1 de septiembre anterior.
Mi camarada y amigo Eduardo González Ramírez llegó alrededor de las 11 de la mañana a la sede del partido. Decidimos hacer un nuevo recorrido por las calles de las colonias Roma y Condesa. La magnitud de la tragedia era terrible. Como terrible era la parálisis de los pocos policías que estaban en las calles, que se limitaban a pedir a la gente no acercarse a los edificios colapsados. La gente los hizo a un lado y la solidaridad brotó en medio de la tragedia. Pronto los vecinos en cada calle, en cada manzana, empezaron a remover escombros y a dar auxilio a los heridos. Nos sumamos varias horas a una de esas brigadas. Por la tarde fui a casa para ver a mi esposa e hijas para comentar y compartir lo que había visto. Para esas horas la terrible dimensión de la tragedia empezaba a conocerse.
Me enteré del colapso del hotel Regis en la avenida Juárez, en el que se hospedaban algunos diputados del PAN, así como de varios edificios en la zona del Monumento a la Revolución. Por fortuna los colegas diputados habían salido del hotel en la noche anterior. Gracias a Carlos Payán, director del diario La Jornada, que se imprimía en un taller del que yo era responsable directo, en la colonia Escandón, en la noche del jueves 19 tuve un panorama más completo de la magnitud de los daños, aunque el número de víctimas fatales se empezaría a conocer en el curso de los siguientes días, fueron miles.
Los recuerdos de ese día han permanecido en mi memoria. Por encima de todo, la solidaridad de la gente para ayudar, usando sus manos y herramientas caceras, tiene un lugar destacado. Habiendo nacido en otro lado, ese día supe que esta era mi ciudad. Lo sigue siendo.
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