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El pulso del planeta en tiempos de la COP30 Naturaleza Aristegui

La Tierra está enferma, pero no desahuciada: aún hay una ventana de oportunidad si actuamos con urgencia y sentido colectivo.

  • Redacción AN / GER
19 Nov, 2025 09:41
El pulso del planeta en tiempos de la COP30

Por Fulvio Eccardi

En tiempos de la COP30, cuando el mundo debate cómo responder a una crisis ecológica sin precedentes, este artículo propone mirar el estado del planeta desde una doble dimensión: científica y sensible. A través del análisis riguroso de los informes más recientes –State of the Global Climate 2024, Global Tipping Points Report 2025 y Planetary Health Check 2025– buscamos comprender cómo el sistema Tierra se está alterando. Pero también, cómo esos cambios ya afectan silenciosamente la vida en todas sus formas.

Por eso, las imágenes que acompañan este texto eluden los clichés del desastre evidente –huracanes, incendios, glaciares fracturados– y, en su lugar, ofrecen fragmentos más íntimos de esta transformación global. Escenas que revelan cómo el desequilibrio climático desordena los ritmos naturales, las cadenas tróficas, los ciclos de floración, migración, reproducción. Que muestran no solo el impacto sobre comunidades humanas, sino también sobre otras especies que, sin voz, también enfrentan condiciones cada vez más hostiles para sobrevivir.

La temperatura del nido determina el sexo de las tortugas marinas: a mayor calor, nacen más hembras. Las futuras generaciones podrían no encontrar pareja para reproducirse. Foto: Claudio Contreras Koob

Este tratamiento visual parte de una convicción: para despertar una respuesta real, no basta con mostrar lo visible y extremo. Hay que visibilizar lo sutil, lo cotidiano, lo vivo. Porque el colapso no llega de golpe, sino como una pérdida gradual de sincronías: entre flores y polinizadores, entre mares y especies, entre climas y culturas. Y solo si entendemos esa desarticulación profunda –emocional, ecológica y existencial– podremos empezar a reconstruir lo que está en juego.
La ciencia ya ha hablado con contundencia. Ahora es tarea de la conciencia traducir esa evidencia en acción. Este artículo y las imágenes que lo acompañan son una invitación a mirar distinto, sentir más cerca y actuar con urgencia.

Una productora cosecha un fruto de cacao, planta que depende de lluvias regulares y sombra constante. El cambio climático interrumpe su floración y provoca caída temprana de los frutos. Los agricultores lo llaman “el aborto del cacao”: un anticipo del futuro del chocolate. Foto: Fulvio Eccardi

La fiebre del planeta

El State of the Climate 2024 describe el año más cálido desde que existen registros, un 2024 que rompió récord tras récord como si el planeta hubiera entrado en una fiebre sostenida. La temperatura global alcanzó niveles inéditos; la concentración de dióxido de carbono llegó a 422.8 ppm, un 52 % por encima del nivel preindustrial, mientras metano y óxido nitroso siguieron la misma tendencia.

El calor no fue abstracto: se tradujo en incendios, olas de calor mortales y una cadena de eventos extremos que afectaron a millones. En Dubái, cayeron 250 mm de lluvia en un solo día; en Brasil, el estado de Rio Grande do Sul vivió su peor inundación histórica; y en Canadá, el año más cálido y seco encendió una temporada de incendios sin precedentes. En el otro extremo, el Amazonas —el corazón húmedo del planeta— sufrió su tercera gran sequía consecutiva, mientras el río Negro en Manaos alcanzaba su nivel más bajo desde 1902.

La luciérnaga, faro ancestral de los ecosistemas nocturnos, comienza a apagarse. El avance del cambio climático, la pérdida de hábitat y el exceso de luz artificial están llevando a muchas de sus especies hacia la extinción. Foto: Jesús Moreno

En los polos, los signos fueron igual de claros: el Ártico tuvo su segunda extensión mínima de hielo más baja en la historia satelital, y la Antártida siguió rompiendo récords de pérdida de masa glaciar. Glaciares que durante milenios resistieron las estaciones desaparecieron: el Conejeras, en Colombia, fue declarado extinto; Venezuela perdió los suyos por completo. El nivel del mar, impulsado por el derretimiento y la expansión térmica del agua, subió por decimotercer año consecutivo, alcanzando un nuevo máximo histórico.

Puntos de quiebre: el riesgo de lo irreversible

Si el State of the Climate narra la fiebre, el Global Tipping Points Report 2025 advierte sobre las convulsiones: los puntos de inflexión. Según este informe, el calentamiento global pronto superará los 1.5°C, el umbral que separa la estabilidad del riesgo de colapso. Más allá de esa cifra, los sistemas del planeta pueden desbordarse: los hielos polares derretirse de forma irreversible, las corrientes oceánicas detenerse, los bosques tropicales transformarse en sabanas áridas.

El aumento de temperaturas y las lluvias irregulares expanden el hábitat de los mosquitos que transmiten dengue, zika y chikungunya. El cambio climático no es solo una amenaza ambiental: es un riesgo creciente para la salud pública. Foto: Luis Cadena

Los tipping points —puntos de inflexión— funcionan como fichas de dominó. Si uno cae, los demás lo siguen. El colapso del Amazonas, por ejemplo, no solo significaría la pérdida de millones de especies, sino la alteración del régimen de lluvias en todo el continente y la liberación de enormes cantidades de carbono. Si se debilita la circulación atlántica (AMOC), Europa podría enfrentar inviernos extremos y África occidental perder su monzón, afectando la producción agrícola y el suministro de agua.

Pero el informe también ofrece una contrapartida esperanzadora: los puntos de inflexión positivos. Son los procesos sociales y tecnológicos que, una vez activados, generan cambios que se amplifican por sí mismos. La rápida adopción de la energía solar, la caída en el precio de las baterías o el crecimiento exponencial de los vehículos eléctricos son ejemplos de cómo las soluciones pueden multiplicarse si se cruzan umbrales de adopción masiva.

La advertencia, sin embargo, es clara: esperar a actuar cuando los sistemas naturales ya hayan cruzado sus límites será demasiado tarde. “Cuánto dejemos que se caliente el planeta y por cuánto tiempo importa”, dice el informe. Cada décima de grado cuenta.

El sargazo cubre las playas del Caribe cada vez con más frecuencia y volumen. El cambio climático, al calentar los océanos y alterar las corrientes marinas, crea condiciones ideales para su proliferación. Foto: Carmen Rosas

Diagnóstico del cuerpo planetario: siete límites rotos

El Planetary Health Check 2025 amplía la mirada. No se centra solo en el clima, sino en el sistema Tierra como un organismo interconectado. A través del marco de los nueve límites planetarios, el informe mide las variables que garantizan la estabilidad de la biosfera: clima, agua dulce, biodiversidad, suelos, flujos de nutrientes, contaminación química, océanos, aerosoles y capa de ozono.

El diagnóstico es contundente: siete de los nueve límites han sido sobrepasados. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la alteración de los sistemas terrestres, el agua dulce, los flujos biogeoquímicos, los contaminantes sintéticos y la acidificación de los océanos se encuentran fuera de la “zona segura para la humanidad”. Solo los aerosoles atmosféricos y la capa de ozono permanecen, por ahora, bajo control.

La mayoría piensa en la abeja europea, pero México alberga casi 2,000 especies de abejas nativas, como las meliponas. El cambio climático reduce su alimento, altera sus ciclos y amenaza su supervivencia. Sin ellas, peligra la polinización de muchos cultivos y ecosistemas. Foto: Humberto Bahena

El informe alerta sobre una pérdida creciente de resiliencia. Los bosques, antes sumideros de carbono, se transforman en fuentes de emisiones; los océanos, saturados de calor y CO₂, pierden su capacidad de amortiguar el sistema. Y, sin embargo, el Planetary Health Check también señala que el planeta conserva una “ventana de oportunidad” para regresar al espacio seguro, si se actúa de forma coordinada y sistémica.

El calentamiento global no es solo una cifra en el termómetro, sino un cambio silencioso en los ritmos de la vida: cuándo florece un árbol, dónde migra un ave, qué día siembra un campesino.

Entre sus propuestas, destaca la Planetary Boundaries Initiative (PBI), una red científica global que busca integrar inteligencia artificial, monitoreo satelital y cooperación internacional para crear un “Centro de Control Planetario”, capaz de ofrecer diagnósticos en tiempo real y apoyar decisiones políticas basadas en evidencia. Una suerte de panel de salud del planeta, donde cada indicador —del hielo al nitrógeno, del agua al ozono— funcione como un signo vital.

La roya, impulsada por un clima más cálido y lluvias irregulares, es un hongo que ha devastado cafetales en toda Mesoamérica. Los productores ven caer su cosecha y su sustento. Cada sorbo de café revela una historia climática que ya nos alcanzó. Foto: Fulvio Eccardi

De la alarma a la acción: una oportunidad histórica

Los tres informes coinciden en algo esencial: la Tierra está enferma, pero no desahuciada. El siglo XXI podría ser recordado como la era del colapso o como el tiempo en que la humanidad aprendió a sanar su hogar común. El State of the Climate nos muestra la fiebre. El Global Tipping Points Report nos advierte sobre los umbrales del coma climático. Y el Planetary Health Check nos recuerda que aún hay esperanza, si sabemos leer los signos vitales y reaccionar a tiempo.

La COP30 no debería haber sido solo un foro de discursos, sino el espacio donde los compromisos se transformen en acción. Reducir a la mitad las emisiones para 2030, alcanzar la neutralidad en 2050 y restaurar los ecosistemas no son metas simbólicas: son condiciones mínimas para sostener la vida. La ciencia ha hecho su parte, con precisión quirúrgica, al diagnosticar el estado del planeta. Ahora corresponde a la política, a la economía y a la ciudadanía asumir el tratamiento.

El cambio climático altera el calendario de floración de los agaves, adelantando o retrasando su aparición. Si no florecen cuando los colibríes migran, estos quedan sin alimento y los agaves pierden uno de sus principales polinizadores. Foto: Matías Domínguez

El pulso del futuro

La historia natural de la Tierra muestra que los sistemas vivos pueden adaptarse, pero nunca a la velocidad de la destrucción que hoy enfrentamos. Los corales no pueden evolucionar en una década; los glaciares no se regeneran en un siglo. La resiliencia del planeta tiene un límite, y ese límite se llama tiempo.

Sin embargo, también somos una especie capaz de cambiar. La misma creatividad que nos llevó a dominar la energía fósil puede guiarnos hacia una transición justa y sostenible. Las tecnologías limpias, las políticas basadas en justicia climática y la movilización ciudadana son los verdaderos puntos de inflexión positivos que necesitamos activar.

Frijol, calabaza y maíz nativos: semillas que encierran siglos de adaptación campesina. Frente al cambio climático, su diversidad genética es clave para resistir sequías y plagas. Conservarlas es sembrar futuro en tiempos de crisis ambiental. Foto: Fulvio Eccardi

Quizá los compromisos alcanzados en la COP30 se podrán comparar con las advertencias de estos informes. Será una medida de nuestra madurez como civilización. Si respondemos con ambición, habremos escuchado el pulso de la Tierra; si no, los próximos reportes serán obituarios de lo que alguna vez fue un planeta saludable. La Tierra aún late. Pero su ritmo se acelera, febril, pidiendo auxilio. Escucharla no es un acto de ciencia: es un acto de supervivencia.