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“En la narración que nos hacemos de nosotros mismos hay algo de irrealidad”: Rubén Esparza Arizpe Naturaleza Aristegui

El poeta regiomontano recibió durante FIL Monterrey, el Premio Vaso Roto de Poesía por su libro ‘Los cuadernos del agua’.

  • Redacción AN / HG
17 Oct, 2025 07:19
“En la narración que nos hacemos de nosotros mismos hay algo de irrealidad”: Rubén Esparza Arizpe

Por Héctor González

Los cuadernos del agua (Vaso roto) surgió como una necesidad de dialogar y explorar a través de la muerte. Lo que en principio parece un libro dedicado a navegar sobre las posibilidades poéticas del agua, en realidad es un ejercicio más profundo y que implica conversar con un padre a quien no se conoció.

Algo de eso es lo que hay detrás de la obra que llevó al músico y escritor Rubén Esparza Arizpe (1997) a ganar el Premio Vaso Roto de Poesía, mismo que recibió durante la Feria Internacional del Libro de Monterrey.

¿Por qué dedicar un poemario al agua?

El agua es un tema común en la tradición literaria mexicana. Sin embargo, hay un punto autobiográfico importante: mi padre murió ahogado hace 28 años, yo tengo 27 entonces no lo conocí. El libro nace de una obsesión que no entendí hasta que vi la relación con mi padre.

De hecho, hay poemas donde hablas del parentesco que guardas con él…

Al no estar mi padre, pasé a ser una representación suya, como si tomaran parte de su identidad y la cargaran en mí. Cuando era niño no lo entendí y ahora comprendo un poco más. Una persona, aunque no la conozcas, puede tener un impacto muy grande en tu vida y eso va a determinar tu voz. Al ser mi primer libro quería explorar de dónde venía mi voz, empecé a explorar a poetas que forman mi canon y que hablaban del agua como Anne Carson, Raúl Zurita o Mario Montalbetti. Conecté todo esto con mi padre. Yo no puedo concebirme sin esa pérdida incluso por eso quise hablar de ello.

El agua es vida y en ese sentido das una suerte de nueva vida a tu padre por medio del libro.

Zurita dice que la resurrección cristiana sucede aquí todos los días, cuando tomamos la palabra. El lenguaje nos permite hacer uso de las palabras de los demás y solo hablamos a través de los muertos. Decir algo totalmente particular es excepcional, todo ya está escrito y justo quería hablar así de mi padre.

Hablas de los libros que leía, por ejemplo.

Mi padre leía mucho, tenía una buena biblioteca, pero se fue desperdigando. Algunos amigos tomaron libros, mi madre regaló sus cosas como parte de su proceso de duelo. Pero con los años varios libros regresaron a mí, pero subrayados, con palabras suyas o dibujos. Vi en eso una especie de diálogo abierto que me permitía “hablar” con él.

¿Qué posibilidades encontraste en la poesía para dialogar con el recuerdo de tu padre?

La oportunidad de armar metáforas o nuevas realidades como mentiras. Es decir, yo me miento al decir que tal fuente tiene el reflejo de mi padre, por supuesto me lo estoy inventando porque sé que no está ahí, sin embargo, me lo quiero creer. Creo que este libro me enseñó el poder de la metáfora.

Pero al mismo tiempo estás hablando de ti…

Claro, la manera en que leo a los autores que menciono me construyen como lector y como persona.

Llama la atención la claridad y la sencillez de tus poemas…

Me llama mucho la atención la idea de que el agua toma la forma del vaso que la contiene. Y eso me permitió jugar con la forma, hay versos en prosa y una especie de ensayo sobre la memoria y la sed.

¿Cuál es la relación entre la memoria y la sed?

Querer recordar es como querer juntar agua para después, es juntar las manos para hacer un cuenco y tratar de beber. Todos tenemos cierta fijación por la sed. En la narración que nos hacemos sobre nosotros mismos hay algo de irrealidad y de creación.

¿Saciaste algo de esta sed con el libro?

Creo que sí, el libro me permitió cerrar una necesidad tanto a nivel personal como familiar. Tomé la figura de mi padre e hice algo con ella.  En la Oración del 9 de febrero, de Alfonso Reyes leemos que cuando murió su padre eventualmente lo digirió. Ahora creo que sé lo que hubiera dicho mi padre, todavía platico con él porque está presente en mí, de alguna manera ya lo integré a mí vida.

¿Pensabas en él mientras escribías el libro?

Sí, en especial en la última parte. El libro empieza con una exploración científica e impersonal de los fenómenos físicos y químicos del agua, y sin querer va cambiando de velocidad hasta llegar a lo personal. En el último poema hablo de las cosas que me gustan y digo que me encanta pensar que los ahogados son azules y bellos, como escribe Christian Peña en Me llamo Hokusai, pero en el último poema hago un ejercicio en el que mi padre toma la palabra y dice: “No pienso que los ahogados seamos azules y bellos, me encontraron al tercer día y no fui bello para nada”, en ese momento me tomé la libertad de imaginar que en uno de sus libros me encontré una carta de despedida.

Además de poeta eres músico, ¿qué relación encuentras entre la música y tu trabajo?

La más obvia es la musicalidad, el ritmo y el oído, todo eso está presente, aunque al principio lo intentaba separar. En los últimos años me he dado cuenta, a la par de estudiar la música, que analizar la composición me da una idea de la forma total de un poema o libro. El armado del libro afecta la concepción de la armonía y del equilibrio.

¿A qué músico te gustaría que sonara tu libro?

En un poema hablo de Debussy. Raúl Zurita dice que hay aguas orquestales y cuando le preguntan ¿cuáles son las aguas orquestales?, menciona a Wagner. También me gustaría acercarme a Gustav Mahler, quien tiene una sinfonía que se llama Resurrección, justamente el proyecto nació un día que estaba escuchando esa sinfonía.

Muy intenso…

Y tierno también. Tengo un amigo poeta Ángel Candelaria, que dice que siempre tiene que haber un espacio para la ternura. La muerte de mi padre no deja de ser un hecho traumático y violento, pero nunca quise hacer una elegía, más bien me interesaba hablar del amor que se queda y que sigue siendo, aunque ya no está presente.

¿Cerraste ese capítulo?

Sí, lo que venga será otra cosa. También era una necesidad que no sabía que tenía, pero una ves que la descubrí fluyó como cascada, hasta ahora que ya se cerró.

 

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