Reforestando el mar: Los peces vuelven a una playa de Perú gracias a un proyecto de repoblamiento de algas 
Desde enero de 2024, la Universidad Científica del Sur lleva adelante un proyecto de repoblamiento de la pradera submarina en el balneario de Pucusana, cercano a Lima.

Por Ramiro Escobar
Mongabay Latam
Aún no eran las nueve de la mañana cuando el biólogo marino Arturo Mires ya estaba sumergido en las aguas de la playa El Carbón, ubicada en el distrito de Pucusana, a unos 72 kilómetros de Lima. No había olas grandes, pero el mar estaba turbio, lo que dificultaba sus desplazamientos y su visión. “El mar se movía mucho, respiraba agitado y tenía que nadar contra la corriente”, cuenta.
Aun así pudo ver pasar un cardumen de anchovetas (Engraulis ringens) en medio del sargazo que él mismo había sembrado en enero de ese año junto a la Universidad Científica del Sur. El sargazo, que es una macroalga parda que la ciencia llama Macrocystis pyrifera, ya había alcanzado los cuatro metros de altura. Y es que tal como indica su descripción, esta alga es de gran tamaño. Tanto así, que las algas pardas conforman bajo el mar ecosistemas equivalentes a tupidos bosques que albergan una extraordinaria diversidad.
Mires extrajo dos ejemplares de sargazo y los llevó al laboratorio de la Universidad Científica del Sur, conocida como “La Científica”. Allí, un grupo de expertos desarrolla el proyecto Ocean Reforestation, financiado con fondos de la ONG Blue Mood, que busca regenerar el bosque submarino de Pucusana y con él la biodiversidad de esta zona, clave para la pesca artesanal.
El propósito de esta incursión, y de todo el proceso que sigue, es que esta zona del conocido balneario limeño vuelva a cumplir sus funciones ecosistémicas y pueda entregar los servicios ambientales a quienes viven del mar. También, abastecen al arte culinario peruano, de modo que puedan mejorar su actividad.

Los científicos arrancan algunos ejemplares de sargazo para analizar en laboratorio el progreso del proyecto. Foto: cortesía Kimy Ramirez Peña- Universidad Científica del Sur para Mongabay Latam
El bosque de abajo
El Carbón es un lugar donde el mar suele ser tranquilo aunque a veces azota los abruptos acantilados que bordean la costa. En esas profundidades, habitan peces como el tramboyo (Labrisomus philippi) o la cabrilla (Serranus cabrilla); y en el mar abierto pueden encontrarse cardúmenes de jurel (Trachurus murphyi), caballa (Scamber japonicus) y anchoveta. Sin embargo, en los últimos años, la desaparición del bosque submarino en El Carbón contribuyó a que la cantidad de especies marinas disminuyera.
Para revertir ese problema, el proyecto Ocean Reforestation ha sembrado 200 plántulas de sargazo que fueron traídas del Laboratorio de Investigación de Cultivos Marinos (LICMA) de la Científica, ubicado en el distrito de San Andrés, a unos 240 kilómetros al sur de Lima. El lugar está lleno de microscopios y estereoscopios donde se examina el crecimiento de las plántulas que serán trasladadas al océano, y de unos estanques con agua de mar filtrada donde se guardan las semillas de estas algas que luego serán usadas en cultivos o experimentos.
Actualmente, unas 50 plántulas que fueron sembradas en El Carbón en enero de 2024 tienen unos cuatro a cinco metros de altura. Mires explica que algunos de los sargazos sembrados se han perdido por eventos oceanográficos, como correntadas y vientos fuertes, o porque algunas de ellas han sido extraídas para monitoreos o desarrollo de tesis universitarias. Aun así, el bosque marino ha crecido, asegura, e incluso ya hay algas que tienen esporas a partir de las cuales pueden comenzar a reproducirse por sí mismas.

Siembra de plántulas de sargazo en el fondo marino de El Carbón. Foto: cortesía Laboratorio de Investigación en Cultivos Marinos (LICMA) / Universidad Científica del Sur para Mongabay Latam
Pero eso no es todo, según los expertos, ya es posible ver una mayor diversidad de peces y moluscos.
“Se ha comprobado que en lugares donde hay menos sargazos existe un impacto en la pesca”, apunta Max Castañeda, biólogo marino de la Científica. Un caso interesante es el del pejerrey (Odontesthes regia), un pequeño pez muy apreciado por el arte culinario peruano. Esta especie de la familia Atherinidae desova entre los bosques de macroalgas, de modo que si estas faltan no se le encontrará. “A más macroalgas, más pejerrey”, agrega Castañeda. Hoy, que los fondos marinos de El Carbón están siendo reforestados, se le ha vuelto a ver, lo mismo que a la anchoveta.
Estas praderas también le sirven de refugio y hábitat al cangrejo Taliepus dentatus, conocido como jaiba panchote, a la lapa (Fissurella sp.) y al choro (Peromytilus sp.).
Todas estas son especies comestibles y comerciales que comienzan a volver gracias a esta paulatina reforestación submarina. “El proyecto busca restaurar uno de los bosques de Macrocystis pyrifera que existía en Pucusana antes de los eventos de El Niño de los años 1980 y 1990, que influyeron en su parcial desaparición”, cuenta Castañeda.
Dado que la crisis climática afecta a las poblaciones de estas plantas marinas, es posible que el calentamiento global también haya incidido en la lenta recuperación de este ecosistema.
Justamente, proteger los bosques de algas y restaurar los que están degradados es también fundamental para hacer frente a los embates de la crisis climática. Los bosques submarinos sirven de barricada natural contra el oleaje. “Cuando hay rompientes, las algas hacen que el golpe de las olas no sea tan fuerte”, explica Castañeda.

Hasta la fecha se han sembrado 200 plántulas de sargazo en El Carbón. Foto: cortesía ONG Blue Mood para Mongabay Latam
Además, los ecosistemas oceánicos, y particularmente los bosques submarinos, son los que más dióxido de carbono (CO₂) capturan gracias a la fotosíntesis que se produce en ellos. Para Castañeda, en este proyecto de reforestación “se ha cuantificado la biomasa de Macrocystis y se están procesando los datos para estimar la cantidad total de carbono capturado durante su crecimiento”.
La ecuación ecológica funciona así: el carbono capturado se almacena en los tejidos del sargazo; otra fracción “se deposita en el fondo marino cuando las frondas [es decir, las hojas] se desprenden y se hunden”. Este carbono retenido por las algas es el “carbono azul”.
En promedio, de acuerdo con Castañeda, un bosque maduro de Macrocystis “puede captar entre 1.5 y 3 toneladas de CO₂ por hectárea al año, dependiendo de las condiciones ambientales”.

La reforestación de algas ha permitido que vuelvan especies de peces y moluscos. Foto: cortesía ONG Blue Mood para Mongabay Latam
Sembrar en el mar
¿Cómo se hace para propiciar este repoblamiento? Mires explica con minuciosidad la ruta. Las plántulas del sargazo se trabajan desde que son apenas semillas, en un laboratorio pequeño llamado “laboratorio húmedo”, donde están los microscopios.
Una vez que alcanzan un tamaño apropiado y pueden ser trasladadas al fondo marino de El Carbón, se guardan con agua en frascos de tapa rosca de aproximadamente un litro donde caben aproximadamente 100 plántulas. El agua de dichos frascos está filtrada, esterilizada y contiene nitrato, fósforo, potasio, vitaminas y otros componentes que ayudan al mantenimiento de las plántulas.
De acuerdo con Mires, “estos nutrientes se agregan para que [las plántulas] resistan mejor el tiempo que pasarán fuera de su ambiente durante el viaje a Pucusana, ya que en el trayecto se pueden generar burbujas”. Los envases luego se acomodan en una caja térmica con refrigerante que es trasladada a Pucusana en un viaje de tres horas y media. En el muelle de esa caleta, un botero espera a los científicos para embarcarse hacia El Carbón.
En la embarcación suben el equipo necesario: los trajes de neopreno, los tanques de oxígeno y el sistema denominado Octopus. Este equipo está compuesto por cuatro mangueras: una es para que el buzo respire por la boca mediante un regulador; otra tiene un manómetro que sirve para monitorear cuánta presión de aire y a qué profundidad está el buzo; otra más que está conectada a un chaleco que lleva el buzo; y una última por si a alguna de las personas que se sumergen se le agota el aire de sus propios tanques.

Para realizar la tarea de siembra los científicos van al mar provistos de los equipos necesarios para asistir a los buzos. Foto: cortesía LICMA para Mongabay Latam
El viaje del muelle de Pucusana a El Carbón dura cerca de 25 minutos. “Una vez en el lugar bajamos unos cinco a siete metros en una zona que está a 100 metros de la orilla, donde el fondo es areno-pedregoso”, cuenta Mires. “Allí es donde hemos sembrado macroalgas desde finales de 2023 y sobre todo desde 2024. En este tiempo, hemos visto que ha crecido la pradera submarina, donde antes había sólo parches con algunas de estas plantas marinas”.
Además, la biodiversidad ha vuelto. No a los niveles de antes, advierte Mires, pero lo suficiente como para que El Carbón se convierta nuevamente en un sitio de pesca prometedor.
“El bosque de Macrocystis actúa como un vivero natural”, explica el experto. “Contribuye a la recuperación de poblaciones costeras y al equilibrio ecológico del ecosistema marino”, agrega. Y la aparición de cardúmenes de anchoveta y pejerrey evidencian que la iniciativa está funcionando.
“Si hubiera una mayor extensión de individuos sembrados, ya se constituiría un bosque”, dice Mires con cierta esperanza. “Por el momento son parches”, indica, pero mayores a los que se encontraron al comienzo, cuando casi no había nada. Lo importante es que reforestar bajo el mar es una posibilidad, ya no una ficción.
“Aspiramos a consolidar un modelo replicable de restauración costera que integre ciencia, manejo comunitario y monitoreo ecológico”, sostiene Castañeda, mientras observa el movimiento de un brote de macroalga en el microscopio. En su opinión, si las condiciones oceanográficas se mantienen estables es posible que El Carbón vuelva a tener una pradera estable y sostenible en unos meses. Ese es el propósito del proyecto.

Los sargazos sembrados a inicios de 2024 ya han alcanzado los cinco metros de altura. Foto: cortesía Laboratorio de Investigación en Cultivos Marinos (LICMA) / Universidad Científica del Sur para Mongabay Latam
El valor nutritivo de las algas
“Las algas son buenas para nuestro cuerpo, para las personas. Debemos incentivar a los niños para que las consuman cada día más y su sistema inmunológico mejore”, declara Erika Oscata, quien atiende a los comensales en el restaurante Cevichería San Andrés, ubicado a pocos metros del LICMA y frente al mar. Aunque ella se basa más en la experiencia de sostener este negocio culinario, la ciencia corrobora su punto de vista.
Según un artículo de la investigadora india Amiya Kumar, publicado en conjunto con otros autores en febrero del 2025 en la revista científica Pharmaceuticals, las Macrocystis tienen “niveles significativamente altos de caroteno”, un compuesto que puede sintetizar la vitamina A, funcionar como antioxidante y, en efecto, fortalecer el sistema inmune.
El 26 de abril de 2024, en el restaurante de Erika Oscata, tuvo lugar un banquete preparado con algas diversas que fue financiado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) y el Centro para los Servicios de Información y Asesoramiento sobre la Comercialización de los Productos Pesqueros en América Latina y el Caribe (INFOPESCA). Los investigadores del LICMA diseñaron los platos y analizaron previamente el contenido nutricional de cada uno de ellos.
“Preparamos un tallarín saltado y un picante de mariscos [plato típico peruano] con sargazos”, comenta Oscata. También una salsa ahumada, en base a esta misma macroalga, para el pescado a la parrilla, y una ensalada fresca con yuyo, otra macroalga llamada Chondracanthus chamissoi.
“Hice varias fuentes y la gente se lo comió todo”, afirma Oscata. Al festín acudieron funcionarios del Ministerio de la Producción (Produce), así como de la Dirección Regional de la Producción de Ica, el departamento donde se ubica esta caleta de pescadores.
“Las algas tienen un alto contenido de yodo, muchas vitaminas y minerales. Son una fuente importante de fibra. Algunas tienen potencial en aminoácidos esenciales para el consumo humano”, señala Castañeda. El especialista también explica que tienen altas concentraciones de magnesio, lo cual ayuda a la recuperación del sistema muscular, así como hierro, potasio y fósforo.

Los buzos se preparan para sumergirse en el fondo marino de El Carbón para sembrar las primeras plántulas en 2023. Foto: cortesía ONG Blue Mood para Mongabay Latam
Pero la principal razón por la que estas algas se extraen es porque contienen alginato, un ingrediente usado en la medicina, la industria alimentaria y otras industrias.
Según un estudio realizado por Martín Ignacio González, investigador de la Universidad de Chile, la Macrocystis tiene hasta 40 % de alginato. Este biopolímero tiene “propiedades antibacterianas, anticancerígenas y probióticas”, por lo que en esa pequeña porción de mar ubicado en El Carbón se esconde la posibilidad no sólo de recuperar la biodiversidad sino, además, de que en algunos años, y si prospera el proyecto, surja allí un recurso importante para la medicina.
En el restaurante Cevichería San Andrés sirven un plato de “tiradito” hecho de pejerrey cocido con limón y ají amarillo acompañado de un poco de yuyo. Al final, en este plato delicioso se juntan la pesca artesanal, la investigación, la conservación y la salvación de las macroalgas.
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