Miradas por la conservación | La crisis de la ballena gris 
Sin el banquete estival en el Ártico, la ballena gris llega flaca al invierno y la especie precipita hacia el declive.
- Redacción AN / MIA

Por Fulvio Eccardi*
Alianza Mexicana de Fotografía para la Conservación*
La ballena gris, esa viajera milenaria que durante siglos dibujó con su lomo las costas del Pacífico Norteamericano y encendió la imaginación de pueblos y turistas, aparece hoy en los márgenes de una crisis que pocos imaginaron volvería.
Lo que comenzó como señales aisladas —hembras sin crías, individuos flacos, varamientos esporádicos— se transformó en un patrón inquietante: mortalidades anómalas, una caída sostenida de la reproducción y un desplome poblacional que ha reducido a la especie de unos 27,000 ejemplares a poco más de la mitad en menos de una década. Así lo documentan los investigadores James Darling (Canadá), Jorge Urbán (México) y Steven Swartz (Estados Unidos) en una carta y un artículo recién publicados.
El relato tiene dos tiempos: la recuperación tras la caza comercial —un triunfo de la conservación que convirtió a la ballena gris en símbolo de resiliencia— y el presente, donde esa recuperación parece haberse truncado. Desde 2018 los científicos advirtieron la reducción de crías en las lagunas de Baja California; en 2019 la NOAA declaró un “Evento de Mortalidad Inusual” y, aunque se cerró en 2023, la mortandad continuó en 2024 y 2025. Entre 2019 y 2025 se registraron centenares de varamientos y, en la primavera de 2025, apenas se contabilizaron 85 parejas madre-cría: el número más bajo desde que existen registros.
Las causas apuntan al Ártico, donde la ballena se alimenta. Durante milenios el ciclo fue casi perfecto: al retirarse el hielo en primavera, la luz solar desencadenaba explosiones de fitoplancton; al hundirse, éste alimentaba a millones de pequeños anfípodos que tapizaban el fondo marino. Eran la despensa estival de la ballena gris, que excavaba en el lecho para engordar y acumular la energía necesaria para migrar, reproducirse y sobrevivir al invierno.
Hoy ese engranaje invisible se ha roto: el hielo se derrite demasiado pronto o demasiado rápido, el fitoplancton florece fuera de sincronía y buena parte de esa producción ya no llega al fondo, sino que se dispersa en la columna de agua. Los anfípodos, dependientes de esa “lluvia” nutritiva, disminuyen en número y calidad. Sin ellos, la ballena gris encuentra un Ártico empobrecido: parte hacia el sur debilitada y llega sin reservas para parir, amamantar o siquiera completar la migración. Es, en esencia, un efecto tardío y brutal del cambio climático sobre una red trófica que parecía inmutable.
El hielo se derrite demasiado pronto, el fitoplancton florece fuera de sincronía y la cadena trófica se resquebraja.
La urgencia no es sólo ecológica, sino cultural y económica: comunidades enteras que viven del avistamiento y generaciones cuya primera experiencia con el mar fue ver una ballena enfrentan ahora la posibilidad de perder a ese vecino gigantesco. La carta de los expertos reclama que la comunidad internacional reevalúe el estado de la especie y actúe con la misma determinación que la salvó del exterminio ballenero en el siglo XX.
“Dicen que yo fui el primero en acariciarlas” —nos contaba Francisco “Pachico” Mayoral mientras recorríamos en su panga la laguna de San Ignacio en Baja California Sur a mediados de los años ochenta—. “Mi primer encuentro con una ballena amistosa fue más bien accidental. Estaba pescando en línea cuando de pronto me salió una ballena por la borda de la panga, sacando la cabeza. Entonces me atreví a acariciarla. Ese encuentro vino a cambiar mi actitud hacia estos animales: nos dan el emblema de la laguna que nos distingue en todo el mundo. Yo no se que pasaría si algún día la laguna dejara de tener ballenas”.
En aquellos años participé como biólogo y fotógrafo con un equipo de investigadores del Instituto de Biología de la UNAM y con el apoyo de la Armada de México en documentar la biodiversidad del Golfo de California, trabajo que culminó en la publicación en 1988 del libro Islas del Golfo de California por parte de la Secretaría de Gobernación y la UNAM. Sucesivamente participé por varios años en la protección de las cientos de miles de aves marinas en Isla Rasa y, al mismo tiempo que las fotografiaba, tuve la oportunidad de reconocer y documentar lo que Jacques Cousteau llamó “el acuario del mundo”. Poco a poco esa imagen ideal del Golfo se fue desmoronando. Documenté el exterminio de poblaciones de tiburón para conseguir aletas para el mercado chino y la desaparición de artes de pesca tradicionales, como la del “halcón”, que señalaba a los pescadores desde lo alto de las islas el arribo de cardúmenes de jureles a las bahías.
En el Golfo de California la señal es clara: los charranes y gaviotas plomas que durante milenios poblaron Isla Rasa han comenzado a abandonar su hogar ancestral. La causa no es un misterio: la sobrepesca industrial de la sardina, su alimento básico, ha vaciado la mesa. Y mientras las aves buscan otros rincones para anidar, en el extremo opuesto del continente la ballena gris enfrenta otra versión del mismo drama: el Ártico se recalienta, el hielo se derrite y con él se desmorona la cadena trófica que la alimenta.
Dos paisajes lejanos, un mismo drama: aves y ballenas forzadas a romper ciclos ancestrales. El cambio climático erosiona el tejido de la vida, desde la anidación en una isla del Golfo de California hasta la migración de un gigante en el Ártico. La pregunta es inevitable: ¿de verdad no podemos detenerlo, o simplemente hemos elegido mirar hacia otro lado? Quizá la verdad más incómoda es que ninguna otra lucha tiene sentido si no enfrentamos primero esta crisis. Porque la pérdida acelerada de biodiversidad no es solo la tragedia de otras especies: es la nuestra. Lo que está en juego no es un ave ni una ballena, sino nuestra propia capacidad de existir en equilibrio en este planeta.
¿Seguiremos erosionando el tejido de la vida o seremos capaces de tejer soluciones a tiempo? “Ninguna lucha tiene sentido frente a la lucha ambiental”: si no salvamos la casa común, nada más tendrá futuro.
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*Fulvio Eccardi: Biólogo y fotógrafo nacido en Italia y naturalizado mexicano. Dedicado desde hace más de 45 años a documentar y difundir temas relacionados con la biodiversidad y el uso de los recursos naturales de México. Ha publicado en numerosas revistas mexicanas e internacionales y ha participado como editor y fotógrafo en una treintena de libros de arte. Es miembro del Consejo Nacional de Áreas Naturales Protegidas. Director de videos y documentales, promotor de la campaña de educación y comunicación multiplataforma Valor de Origen y cofundador de conecto.mx. Para concer más visite: https://valordeorigen.mx/
*Alianza Mexicana de Fotografía para la Conservación (AMFC): Tiene como misión impulsar la conservación del patrimonio biocultural de México mediante la generación de material audiovisual que sensibilice, a la sociedad en general, sobre su importancia, problemáticas y estrategias exitosas. Su objetivo es contribuir a generar cambios en las prácticas y actitudes de la sociedad para mejorar la relación con el patrimonio biocultural.
El Programa Investigación de la Ballena Gris en México está dedicado a la protección y conservación de la población de ballena gris del Pacífico nororiental y sus áreas invernales de reproducción y crianza, la Laguna San Ignacio y Bahía Magdalena en Baja California Sur, México. Para conocer más vistie: https://graywhaleresearchmexico.org/es