‘El diablo fuma’, una película que plantea una exploración de las infancias 
La cinta dirigida por Ernesto Martínez Bucio y con guion de Karen Plata se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Morelia.
- Redacción AN / HG

Por Héctor González
Cinco hermanos abandonados por sus padres se van a vivir con su excéntrica abuela. Juntos se hacen fuerte y aprenden a convivir con sus miedos a fuerza de disolver las barreras entre lo real y lo imaginario.
“Mi abuela dice que el Diablo es como las moscas, que aterrizan encima de ti y que no importa cuánto agites las manos, siempre vuelven”, dice uno de los protagonistas de El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja), una película dirigida por Ernesto Martínez Bucio y coescrita con Karen Plata, que después de obtener reconocimientos en festivales de Hong Kong y Barcelona, se estrena en el Festival Internacional de Cine de Morelia.
¿Cómo nace El diablo fuma?
Ernesto Martínez Bucio: Nace de la escritura de Karen Plata, de una exploración sobre la memoria, sobre vivencias personales y los miedos de la infancia, que se complementa con mis propios miedos y una coescritura que se desarrolló durante varios años. Fui a estudiar un máster a la Elías Querejeta Zine Eskola y mi proyecto fue la reescritura de este guion. Nos pusieron de tutor a Michel Gaztambide, quien nos ayudó a volver al origen y a los primeros tratamientos para conseguir que tuviera sentido y adquiriera mayor potencia. La película es una exploración de las infancias, de una memoria colectiva de los noventa en la que se resignifican los símbolos de esa época.
En tu caso Karen, ¿por qué te interesaba explorar esta parte?
Karen Plata: En realidad empezó como la escritura de una cartita de amor a algo que había perdido pero que todavía me removía mucho. Me interesaba intentar entender, así descubrimos que había miedos, pero también otras cosas que involucraban procesos sociales, religiosos, en fin, muchas casas. De entrada, era una exploración para saber si es posible traducir a lo audiovisual todo lo que hago en poesía.
¿Cómo fue el proceso de esta transición o traducción?
EMB: Primero se hizo desde la escritura y luego desde la conceptualización. Exploramos como funciona la memoria y descubrimos que no es perfecta. Necesitas olvidar para volver recordar. En El País Vasco me regalaron un libro de ensayos que relacionaba el cuento “Funes, el memorioso”, de Borges con un estudio neurológico que apunta que se encontraron células de la memoria donde se genera la imaginación. Al final de cuentas descubrimos que la memoria está fragmentada y que se complementan con la ficción. A partir de esto tomamos decisiones estéticas que nos llevaron a hacer una película fragmentaria, con huecos narrativos que obligan al espectador a utilizar su imaginación para completar aquello que falta. Desde la utilización de lentes más largo hasta el recurso de las elipsis, todo nos ayudó a generar esos huecos que pertenecen más a la poesía.
KP: Además, nos interesaba generar signos, esto sobre todo durante la edición. No se trataba de ilustrar una frase o imagen, sino de producir un tercer signo. Me gusta pensar en la película como el bloque completo y no por partecitas, aunque así la construimos.
Otros de los temas, es la hermandad y el abandono. Tenemos cinco hermanos que se van con la abuela y ahí entre ellos se hacen fuertes. ¿Cómo fue trabajar con niños?
EMB: La hermandad también se puede definir como la unión de voluntades para conseguir un fin, es algo que va más allá del lazo sanguíneo. No es difícil trabajar con los niños, es cansado porque implica mucho esfuerzo. Hicimos un casting extenso de la mano de Michelle Betancourt, quien además diseñó un taller para trabajar con los niños que seleccionamos. Durante dos meses se ensayó y se les dieron herramientas para que pudieran trabajar emocionalmente en la película, eso nos permitió crear un círculo de confianza y acceder a lugares emocionales más profundos. En el set les dimos tiempo porque ninguno de ellos tenía experiencia actoral, se procuró que tuvieran libertad de movimiento, primero eran ellos y luego todo lo demás.
¿Cómo trabajaron con ellos la relación con el diablo?
EMB: En Berlín le preguntaron a Rafa, el niño más pequeño, sobre la secuencia en que reza al diablo. Su respuesta fue muy interesante. Reconoció que es muy católico y dijo que le daba miedo rezarle al diablo, pero que Michelle le dijo que estábamos haciendo un cuento y que todo estaba protegido por la ficción, de todas formas le dieron una estampita de un santo que se puso debajo de la manga. Al final lo hizo muy bien. Hubo momentos donde improvisaron y otros donde siguieron el guion al pie de la letra. Todo fue posible gracias al trabajo previo.
¿Qué les movió en lo personal hacer una película que juega tanto con los recuerdos y la memoria?
EMB: Me cambió la vida, desde la exploración hasta la reescritura. Saber que puede funcionar una película que no se basa en la causa y efecto inmediato, ni en una trama clara. Me hizo pensar que hay otra forma de hacer las cosas, otras estructuras posibles. Eso me ha cambiado manera de ver el mundo. El abrazo que me dieron al final los niños fue inigualable. No sabía que me podía acercar de esa manera a la infancia.
KP: La película me abrió las posibilidades para jugar y aventarme a explorar más.