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Humedales costeros de agua dulce: los aliados olvidados de México contra el cambio climático | Mongabay Naturaleza Aristegui

Estos ecosistemas son comunes en Veracruz y otros estados de la costa del Golfo de México, pero enfrentan la presión de la ganadería y la agricultura mientras los gobiernos desconocen sus superficies exactas.

  • Redacción AN / MIA
11 Sep, 2025 11:51
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Humedales costeros de agua dulce: los aliados olvidados de México contra el cambio climático | Mongabay
Levantamiento de la cama de pasto que cubre las zonas donde los huracanes han tirado los árboles. Foto: cortesía Patricia Moreno-Casasola, Instituto de Ecología A.C para Mongabay Latam.

Por Juan Mayorga
Mongabay Latam

Con más de 11 000 kilómetros de litorales, salida a dos océanos, dos penínsulas gigantescas y más de 4000 islas, arrecifes y cayos, México tiene un arsenal costero sustancioso para enfrentar el cambio climático.

Arrecifes de coral, pastos marinos, lagunas costeras o bosques de manglar son solo algunos de los ecosistemas que se funden en el crisol donde terminan las tierras y empiezan los mares del país, con potencial no solo para capturar y almacenar el carbono causante del cambio climático, sino para ofrecer bienestar social y económico a través de sus distintos servicios ambientales.

“Todos los ecosistemas capturan carbono, solo que en diferentes proporciones y ritmos. Los más eficientes son los ecosistemas costeros, porque en algunos de ellos se conjuntan las plantas grandes, macrófitas, y las algas, y eso aumenta mucho la capacidad de captura”, explica la bióloga Patricia Moreno-Casasola.

En el gran abanico de ecosistemas costeros sobresalen algunos que no han recibido tanta atención científica o mediática, a pesar de su gran capacidad para capturar carbono: los humedales costeros de agua dulce (Coastal Freshwater Wetlands o CFW en inglés), asegura Moreno, quien es investigadora del Instituto Nacional de Ecología (Inecol).

Estos ecosistemas se inundan de agua fresca en un periodo determinado del año, cuando las lluvias escurren desde las montañas y se acumulan en áreas cercanas a la costa. Por ello sus plantas han desarrollado resistencia a la inundación. Pero también pueden sobrevivir el periodo seco, cuando las lluvias se han ido.

Los humedales costeros de agua dulce también tienen árboles de gran porte que soportan el anegamiento. Foto: cortesía Patricia Moreno-Casasola, Instituto de Ecología A.C para Mongabay Latam.

El potencial de los humedales herbáceos y las selvas inundables

En el caso de México, una buena parte de los humedales costeros de agua dulce se distribuye en la costa del Golfo de México, desde los estados de Tamaulipas, en el norte, hasta Yucatán, en el sureste. Ahí destacan dos tipos.

De un lado están los humedales herbáceos, localmente conocidos como tulares o popales, dependiendo de la especie predominante. Tanto el tule (Typha domingensis) como el popal (Thalia geniculata) son plantas perennes —pueden vivir más de dos años— que difícilmente rebasan los tres metros de altura y se distribuyen horizontalmente, marcando el paisaje de manera similar a como lo hacen los pastos. Por su resistencia, sus hojas gruesas son comúnmente usadas por comunidades locales para tejer cestas, sillas y otros utensilios de uso doméstico o incluso para construcción.

Por otro lado, las selvas inundables son lugares donde la vegetación incluye árboles altos y frondosos como el zapote reventador o apompo (Pachira aquatica), la anona o corcho (Annona glabra), el sauce (Salix humboldtiana), la higuera (Ficus insipida) o el coyol real (Attalea butyraceae). A diferencia de los manglares, las selvas inundables tienen una mayor diversidad. Esto se debe a que en México solo se encuentran cuatro especies de mangle que soportan aguas con alta salinidad. En cambio, son más las especies que tienen tolerancia al agua dulce.

“Los humedales costeros de agua dulce (herbáceos y selvas inundables) están pegados a los manglares, pero tienen menos influencia del agua marina y solo en crecientes muy grandes aumenta un poco su salinidad. Pero forman un continuo en las costas y son tan eficientes en captura de carbono como los manglares”, explica la doctora Moreno, investigadora emérita y una de las principales expertas en humedales costeros en México.

Existe una gran variabilidad en la capacidad de los ecosistemas costeros para capturar carbono, que depende de factores como la superficie, la cantidad de especies vegetales, el estado de conservación o la fase del ciclo hidrológico —periodo que viven inundados— en que se encuentren. Por lo mismo, no es posible hacer comparaciones absolutas entre ecosistemas. “Hay manglares productivos y pobres, igual que sucede con los humedales”.

Sin embargo, las mediciones al momento dan una idea de los rangos para cada especie. En las zonas Boquilla de Oro y La Mancha, en Veracruz, se han encontrado que las selvas inundables pueden capturar hasta el doble de carbono (869 toneladas por hectárea) que los manglares contiguos (482), mientras que los humedales herbáceos capturan 692 toneladas por hectárea, según comparaciones realizadas por Moreno.

Comunidades de Veracruz, México, trabajan en la restauración de humedales costeros de agua dulce. Foto: cortesía Patricia Moreno-Casasola, Instituto de Ecología A.C para Mongabay Latam.

Esta diferencia es aún más dramática en la costa del estado vecino, Tabasco, donde la reserva de la biósfera Pantanos de Centla puede capturar hasta 3063 toneladas de dióxido de carbono en sus selvas inundables y 1103 en sus humedales herbáceos, mientras que almacena 829 en sus manglares.

Además, las selvas inundables y los humedales herbáceos pueden capturar hasta siete veces su volumen en agua, lo que ayuda a contener inundaciones, protege de las incursiones de agua marina y sirven como fuente de agua para pozos.

Pese a este potencial, los humedales costeros de agua dulce no están incluidos en la categoría de “carbono azul”, usada principalmente para ecosistemas costeros como manglares y pastos marinos.

Desafortunadamente, estos ecosistemas (humedales costeros de agua dulce) no están contabilizados por la mayoría de los países.

Patricia Moreno Casasola – Investigadora del Instituto Nacional de Ecología (Inecol) en México.

“Las selvas inundables creo que es el ecosistema más amenazado en el país, porque nada más están inundadas tres o cuatro meses al año y son las primeras que la gente derriba para sus actividades, mientras que los manglares al menos se han beneficiado de una política de conservación alineada”, explica la bióloga Moreno-Casasola, quien agrega que estos ecosistemas también son afectados gravemente por la alteración en el flujo natural de ríos y arroyos y la contaminación que desciende con ellos, que incluye desde agroquímicos hasta hormonas.

La superficie disponible de humedales costeros de agua dulce se ha reducido históricamente y continúa en descenso principalmente por la pérdida de hábitat causada por el cambio de uso de suelo para actividades agropecuarias.

Este problema se agudiza con la falta de registros confiables, pues “desafortunadamente, estos ecosistemas no están contabilizados por la mayoría de los países”, explica Patricia Moreno.

La experta percibe una invisibilización de estos ecosistemas en comparación con otros como los manglares, que podría atribuirse a un desconocimiento histórico. “Por ejemplo, muchos ingenieros hidráulicos le siguen llamando ‘malezas acuáticas’ a los tulares y popales, porque históricamente se drenaban los desagües hacia estos ecosistemas incomprendidos en muchas partes del país y por eso se degradaron mucho”, recuerda Moreno.

Comunidades de Veracruz, México, trabajan en la restauración de humedales costeros de agua dulce. Foto: cortesía Patricia Moreno-Casasola, Instituto de Ecología A.C para Mongabay Latam.

Otras razones de la invisibilización de estos humedales, según la investigadora, son institucionales y metodológicas. Las primeras, porque la responsabilidad sobre los humedales del país recae legalmente desde 1992 en la Comisión Nacional del Agua (Conagua), que en realidad se enfoca más a llevar agua potable y recoger agua sucia de las comunidades que en investigar y conservar la diversidad de ecosistemas.

Por otro lado, la metodología usada por la Comisión Nacional para la Biodiversidad (Conabio), creada en una época de fuerte impulso a la conservación de los manglares, suele confundir a los humedales de agua dulce con manglares, lo cual se refleja en los mapas y datos disponibles, dice.

“La única manera de separarlos [en distintas categorías] es a través de trabajo de campo en cada localidad, y esto es muy costoso y demanda mucho tiempo”, comenta Moreno y explica que esto ha hecho que en México no se pueda tener un verdadero mapa confiable de humedales, ni distinguir entre los aportes ecosistémicos de cada tipo de humedal.

“Es más rentable un potrero”

Veracruz es el estado con mayor extensión costera en el Golfo de México. En una franja de 745 kilómetros de costa alberga dunas, lagunas, humedales de agua dulce, manglares, pastos marinos y arrecifes de coral. En este mosaico ecosistémico, los humedales de agua dulce se expresan tanto en forma de hierbas (tulares y popales) como de selvas inundables.

De sus casi 7.2 millones de hectáreas, Veracruz destina al menos 4.2 millones (58 % del total) a actividades agrícolas y ganaderas, según cifras oficiales. Esta superficie se reparte entre la producción de más de 120 cultivos y la cría de ganado principalmente bovino, que según el último Censo Agropecuario genera 2.7 millones de cabezas al año en casi 3.3 millones de hectáreas, equivalentes a casi 46 % de la superficie total del estado.

Esto ha llevado a que, durante al menos una década, Veracruz se haya mantenido como el principal productor de carne de res en México, según datos oficiales. Dicho de otro modo, este estado, con una superficie parecida a la de Panamá, destina casi la mitad de su territorio a la ganadería.

En este contexto, los humedales costeros enfrentan el peligro constante de ser destruidos para introducir ganado y cultivos, aseguran especialistas y habitantes de estas regiones.

Monitoreos de fauna supervisados por investigadores del Inecol. Foto: cortesía Patricia Moreno-Casasola, Instituto de Ecología A.C para Mongabay Latam.

“Aunque un humedal desarrolla plantas que ayudan a retener agua, filtrar aire, capturar carbono y dar hábitat a muchas otras especies, para la gente local es más rentable convertirlo en un potrero”, explica David Díaz, campesino y guía de ecoturismo en la región de La Mancha, Veracruz.

Este cambio de uso de suelo ya ha ocurrido en incontables ocasiones en este estado mexicano y la metodología para hacerlo es simple: con maquinaria pesada o hasta con picos y palas se abren zanjas en la tierra para drenar el agua acumulada, hasta secar por completo los humedales. Luego se introducen especies comerciales como el pasto alemán (Equinocloa pyramidalis), que más adelante servirá de forraje para las reses o cabras, explica Díaz.

“Es más rentable el potrero precisamente porque hay humedad suficiente en esos terrenos y se puede tener ganado durante casi todo el año”, asegura el campesino convertido en conservacionista.

La tensión entre los humedales y las actividades agropecuarias han marcado particularmente la historia de Ciénaga del Fuerte, un parque estatal de 4274 hectáreas, ubicado en una zona turística de Veracruz conocida como Costa Esmeralda, entre potreros, sembradíos y una playa con hoteles, en la comunidad Ricardo Flores Magón, municipio de Tecolutla.

Originalmente un humedal denso y “sin dueño”. Allí la gente pescaba libremente camarón y acamaya (langostinos generalmente de la especie Macrobrachium acanthurus) desde la década de 1950. Entonces la producción era grande y era rentable ser pescador, explica Guillermo Marín, integrante de la Sociedad Cooperativa de Producción Pesquera y Servicios Río Soteros S.C. de R.L., que actualmente administra tanto las actividades productivas como de conservación en el humedal.

A fines de la década de 1980, el lugar cayó bajó la mira de las políticas desarrollistas, cuando políticos estatales con apoyo de campesinos locales comenzaron a gestionar la formación de un ejido, que es una unidad de propiedad social de la tierra y productividad agrícola creada por la revolución campesina de principios de siglo y que, junto con las comunidades agrarias, cubren casi el 60 % de la tierra en México, principalmente en zonas rurales.

Recolección de semillas para reproducirlas en vivero y así tener plantas para sembrar. Foto: cortesía Patricia Moreno-Casasola, Instituto de Ecología A.C para Mongabay Latam.

“A mediados de los 90 empezaron las problemáticas porque ellos [los campesinos] al empezar a lotificar, pues iban sacando las trampas de camarón que teníamos los pescadores con permisos”, afirma Guillermo Marín.

Ante el intento de crear un ejido, que implicaba el riesgo de destruir el humedal para dividir el territorio en parcelas dedicadas a agricultura y ganadería, Marín y sus compañeros pescadores buscaron apoyo con las autoridades municipales y con instancias federales como la Secretaría del Medio Ambiente (Semarnat), la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y la Comisión Nacional de Pesca (Conapesca). Finalmente, el 26 de noviembre de 1999, se nombró parque estatal, con lo que se le otorgó protección del estado. Y para el 2002, los pescadores se consolidaron en la actual sociedad cooperativa Río Soteros, esperando así tener más incidencia en las gestiones legales.

Científicos, campesinos y pescadores trabajaron de la mano y sus pesquisas develaron la inmensa riqueza del lugar para filtrar agua, proveer hábitat para especies y capturar carbono. Entre estos científicos estaban el biólogo Abraham Juárez Eusebio y la doctora Patricia Moreno-Casasola.

Los resultados científicos orientaron a los pescadores hacia un nuevo rumbo a seguir para preservar el humedal: el ecoturismo.

Ese espacio (el potrero restaurado) para nosotros es muy importante porque nos permite demostrarle a la gente la importancia que tiene un humedal de agua dulce y los servicios ecosistémicos ambientales que brinda.

David Díaz – Campesino y guía de ecoturismo en la región de La Mancha, Veracruz.

“Gente de la Secretaría de Medio Ambiente del estado y varios científicos nos dijeron que si queríamos seguir en ese lugar no había otra opción más que convertirnos en ecologistas”, recuerda Guillermo Marín. “Nos apoyaron y capacitaron, pero también nos pidieron que cambiáramos de prácticas para que la pesca o caza que se realizaba en ese entonces ya no afectara la fauna”.

El intento de crear un ejido cesó y el nuevo espacio para la conservación comenzó a prosperar. A casi dos décadas de ese momento, el parque estatal Ciénaga del Fuerte cuenta con casi 1033 hectáreas de selva inundable, 975 de humedales herbáceos y casi 118 de manglares —con especies amenazadas de mangle como Rhizophora mangle, Avicennia germinans y Laguncularia racemosa—, en las que sobreviven árboles de más de 300 años de edad. En esa superficie ofrecen a los visitantes, aproximadamente 1600 al año, la oportunidad de reconectar con la naturaleza mediante recorridos en canoas, charlas y avistamiento de fauna.

A principios de agosto, la nueva secretaria de medio ambiente de Veracruz, Luz Mariela Zaleta, presentó en el ayuntamiento de Tecolutla a un equipo que trabajará en la elaboración del plan de manejo para el parque estatal Ciénaga del Fuerte, con el que se busca armonizar las necesidades de aprovechamiento de los recursos del área protegida con las de conservación.

Humedales costeros de agua dulce en Veracruz, México. Foto: cortesía Patricia Moreno-Casasola, Instituto de Ecología A.C para Mongabay Latam.

Restaurar el humedal

Poco más de 100 kilómetros al sur de Veracruz, en la región de La Mancha, un grupo de campesinos y ecologistas ha seguido otro camino para preservar sus humedales de agua dulce.

A diferencia de Ciénaga del Fuerte, ahí ya no había mucho por conservar, pues la remoción de vegetación para el desarrollo de la ganadería que inició décadas atrás dejó a David Díaz y sus compañeros con un paisaje de potreros.

Con apoyo de científicos del Instituto Nacional de Ecología, incluida la bióloga Patricia Moreno, que los concientizaron sobre la importancia de los humedales, en 1998 se diseñó la restauración del humedal original en el lugar y comenzaron los trabajos para hacer realidad este diseño.

Pero el inicio fue cuesta arriba, recuerda Díaz.

“Se quitó el pasto para el ganado, se introdujeron plantas nativas, se cortó y quemó la maleza, se aplicaron químicos, pero casi nada de eso funcionó, hasta que se le ocurrió a un biólogo poner una malla sombra”, explica el campesino que además es miembro de la empresa ecoturística La Mancha en Movimiento.

La malla sombra, comúnmente utilizada en agricultura y jardinería para reducir la exposición de las plantas al sol, evitó que el pasto exótico se desarrollara y que en su lugar comenzaran a crecer los tules y popales originales. Luego de la dispersión de estas plantas herbáceas, y una vez adaptado el ambiente, se pudieron reintroducir plantas arbustivas y los árboles resistentes a las inundaciones, incluyendo apompo, anona, corcho, sauce o ficus, describe Díaz.

“Estas plantas y árboles empezaron a formar condiciones de lo que anteriormente, mucho tiempo atrás, era una selva inundable”, asegura el ecoguía. “Entonces nos dimos cuenta de que a través de ese proceso empezó a llegar fauna como tortugas, cocodrilos, peces, camarones y aves”, que detectaron mediante monitoreos de fauna supervisados por investigadores del Inecol.

En estos hallazgos destacan más de 200 especies de aves, entre acuáticas, vadeadoras y terrestres, incluyendo algunas en peligro de extinción, como la garza rojiza (Egretta rufescens), o amenazadas, como la garza blanca (Ardea alba) y la garza de dedos dorados (Egretta thula).

Vivero en Veracruz, México. Foto: cortesía Ecoguías La Mancha para Mongabay Latam.

Si bien esta reconversión se trata de un experimento modesto por su superficie —poco menos de 5 hectáreas—, representa un testimonio del trabajo conjunto entre científicos y comunidades para revertir el deterioro ambiental y una oportunidad para “revalorar lo que ofrece la naturaleza y sus servicios ecosistémicos”, cuenta Díaz.

En el antiguo potrero restaurado hoy se ubica el campamento de Ecoguías La Mancha, la base de las operaciones ecoturísticas de esta empresa de pescadores reconvertidos a actividades de bajo impacto. Ahí los turistas pueden elegir entre avistar aves, hacer cabalgatas por dunas costeras, observar los hábitos nocturnos de la fauna o simplemente participar en actividades campesinas como ordeñar las vacas.

Algunas de estas actividades se desarrollan en lugares aledaños, como la laguna de El Farallón o la reserva de Cansaburro, que albergan también manglares y humedales costeros en superficies mayores a las 100 hectáreas.

Además del turismo, en el campamento de Ecoguías La Mancha se realizan talleres de educación ambiental para niños de comunidades cercanas y se apoyan trabajos de investigación en campo de científicos del Inecol. La empresa también experimenta con actividades productivas como la miel de abejas meliponas (sin aguijón) y el uso de biomasa local para la alimentación de ganado.

“Ese espacio para nosotros es muy importante porque nos permite demostrarle a la gente la importancia que tiene un humedal de agua dulce, los servicios ecosistémicos ambientales que brinda y cómo deberían de estar sin tener que transformarlos, con un beneficio que aparentemente no nos va a dejar un aporte económico, pero que en beneficios ambientales nos va a aportar más”, afirma David Díaz.

Mientras continúan su experimento de conservación anclado en el ecoturismo, Díaz y sus compañeros complementan sus ingresos económicos con actividades tradicionales como la pesca (extracción de ostiones, almejas y peces de escama), la producción agrícola de maíz, cacahuate, calabaza, caña de azúcar y algo de ganadería. El reto constante es mantener estas actividades en un nivel compatible con el humedal, siempre bajo aprovechamiento sustentable.

Ecoguías de La Mancha trabajando en su vivero. Foto: cortesía Ecoguías La Mancha para Mongabay Latam.

“Falta apoyo para mantenimiento”

Tanto en Ciénaga del Fuerte como en La Mancha es evidente, de un lado, que las actividades de conservación y restauración de los humedales resultan intensivas en recursos humanos y financieros.

“Nos falta apoyo para mantenimiento”, afirma Guillermo Marín, de Ciénaga del Fuerte, quien destaca cómo en su grupo se ha aprendido esta dura lección luego de que buena parte de la superficie reforestada a lo largo de los años se perdió debido a la falta de apoyo financiero.

El mantenimiento consiste en limpiar las zonas reforestadas de enredaderas —(Ipomoea tiliacea, Ipomoea indica, Dalbergia browneii)— que pueden trepar sobre los árboles reintroducidos y sofocarlos antes de que lleguen a una edad en la que estén fuertes y seguros. La limpieza también incluye los canales por donde circula el agua, que pueden saturarse con plantas flotantes como el lirio (Eicchornea crasippes) y la lechuga de agua (Pistia stratiotes), impidiendo el flujo de agua hacia el mar.

Los trabajos los realiza parcialmente la cooperativa de pescadores, sobre todo en los canales donde realizan recorridos turísticos. Pero Guillermo Marín y sus compañeros no se dan abasto ante el crecimiento de estas plantas y la superficie a vigilar. A esto se suma que los financiamientos para reforestación, que durante casi dos décadas vinieron de distintas entidades de gobierno federal o actores privados, como la Fundación Zícaro, dejaron de fluir con la misma intensidad después de la pandemia por Covid-19.

“Nos fuimos dando cuenta de que no se trataba solo de sembrar o reforestar. Es muy importante el mantenimiento por la problemática que hoy tiene la selva, pues hay muchos lugares donde las ipomeas [un género de plantas comunes en zonas tropicales del planeta, principalmente enredaderas] le están ganando a los árboles”, afirma Marín, quien comenta que desde 2019 no se les ha aprobado ningún proyecto de financiamiento para continuar con su trabajo de conservación.

“La selva inundable está perdiendo la batalla contra esas especies”, sostiene.

Marín considera que para revertir esta pérdida es necesario que los proyectos de reforestación consideren financiamiento para un mínimo de cinco años de mantenimiento y seguimiento, con al menos dos momentos de limpieza al año, en abril y agosto, cuando la selva sale de la temporada de inundación y los árboles están cubiertos por plantas trepadoras.

Investigadores que han acompañado los procesos de conservación y restauración en Ciénaga del Fuerte y La Mancha coinciden en que, aunque el involucramiento de las comunidades es fundamental, el trabajo es a mediano y largo plazo, y debe contar con apoyo de las autoridades:

“La restauración es un proceso que lleva muchos años y que tiene que ver con la gente que vive alrededor. Entonces, la tendencia realmente es a restaurar con las comunidades y no nada más llegar y sembrar las plantas”, explica Patricia Moreno, quien destaca como elemento crucial de este trabajo recuperar los flujos de agua que alimentan de manera natural a los humedales y restablecer el balance de la salinidad en el agua.

Comunidades y científicos trabajan juntos en humedales costeros de agua dulce en Veracruz, México. Foto: cortesía Patricia Moreno-Casasola, Instituto de Ecología A.C para Mongabay Latam.

En Ecoguías en Movimiento, el grupo de La Mancha, la conclusión ha sido la misma: “Nosotros hacemos limpieza frecuente a los arroyos que llegan hacia la laguna, pero dentro de la zona de manglar solo hacemos una o dos por año porque es mucho terreno que cubrir y pues se tiene que invertir mucho tiempo, jornales y también bastantes bolsas de basura”, explica David Díaz de Ecoguías en Movimiento, quien destaca que los gastos corren totalmente por cuenta de su grupo, pues no han tenido acercamientos con los actuales gobiernos estatal o municipal.

Mongabay Latam solicitó al gobierno de Veracruz información sobre sus planes de financiamiento y mantenimiento de las zonas del estado con popales, selvas inundables y humedales costeros, pero al momento de publicación de este reportaje no se ha recibido una respuesta.

Ecoguías en Movimiento va un paso más adelante, pues además del trabajo directo en los ecosistemas trata de concientizar a comunidades cuenca arriba para revisar el manejo de los residuos sólidos o la minería de materiales de construcción, que con las lluvias canalizan basura o sedimentos que afectan los humedales cuenca abajo.

Los ingresos de ecoturismo son la única fuente de recursos para las actividades de conservación, por lo que el grupo busca difusión de su proyecto.

“Que la gente sepa que el aporte que hace al elegir una actividad de naturaleza con nosotros no se queda en el capital de una empresa, sino que se invierte en el capital del entorno y en la educación sobre la importancia que tiene la conservación para el desarrollo de la región”, afirma Díaz.

Para la investigadora Patricia Moreno es evidente que la visibilización y financiamiento de los humedales costeros tienen que empezar por las autoridades mexicanas en el nivel más alto, articulándose con los esfuerzos actuales a nivel mundial.

“Lo importante es que las autoridades, sobre todo las federales, se den cuenta de que también los humedales de agua dulce capturan muchísimo carbono. Y si realmente los incluimos, así como se está haciendo con los manglares, tendríamos una participación internacional mucho más fuerte contra el cambio climático”.

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Consulta aquí la publicación original de Mongabay Latam: