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Efecto saltamontes: la crisis climática libera contaminantes del pasado atrapados en el hielo de la Antártida | Mongabay Naturaleza Aristegui

El hallazgo demuestra que el continente blanco mantiene componentes orgánicos volátiles que viajan por la atmósfera, se acumulan en el hielo y están siendo reactivados por el cambio climático.

  • Redacción AN / MIA
10 Oct, 2025 13:13
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Efecto saltamontes: la crisis climática libera contaminantes del pasado atrapados en el hielo de la Antártida | Mongabay

Por Michael Lieberherr Pacheco
Mongabay Latam 

Hace más de 20 años, el 22 de mayo de 2001, se firmó el Convenio de Estocolmo sobre contaminantes orgánicos persistentes. El acuerdo, ratificado por más de 150 países, buscaba “regular sustancias químicas que persisten en el medio ambiente, se bioacumulan a través de la red alimentaria y plantean el riesgo de causar efectos adversos para la salud humana y el medio ambiente”. Sin embargo, dos décadas después, los contaminantes orgánicos persistentes (COPs) siguen siendo una amenaza para los ecosistemas.

Un reciente estudio científico, publicado en la revista Science of The Total Environment, reveló que los contaminantes conocidos como COPs están presentes en la base de la cadena alimenticia marina del océano Austral, específicamente en zonas cercanas a las bases científicas de la Antártida, en la bahía Flandes. Su presencia no es casual, llega impulsada por el viento, atrapada por el frío, y hoy se reactiva con el deshielo provocado por el cambio climático.

“Encontramos pesticidas como DDT (diclorodifeniltricloroetano), HCB (hexaclorobenceno) y lindano, prohibidos en muchos países, como Chile, desde la década de 1980, pero aún están presentes en la Antártida”, explica Thais Luarte, bióloga marina, doctora en Medicina de la Conservación y autora principal del estudio.

“Uno de los más impactantes es el lindano, que hasta principios de los 90 se vendía en farmacias como tratamiento para piojos. Era barato, efectivo y hoy sigue apareciendo en muestras tomadas a miles de kilómetros de su lugar de uso”, explica la  académica de la Universidad Andrés Bello, en Chile.

Los contaminantes conocidos como COPs están presentes en la base de la cadena alimenticia marina del océano Austral. Foto: cortesía equipo de investigación científica para Mongabay Latam.

Descongelando errores antiguos

“Lo que queríamos entender es cómo estos contaminantes se mueven entre matrices: el aire, el hielo, el mar, los organismos vivos”, señala otro de los autores, Cristóbal Galván, doctor en Ciencias del Mar y académico del Centro de Genómica, Ecología y Medioambiente de la Universidad Mayor. “La Antártica nos permite observar esto porque es, en teoría, un ecosistema prístino. Pero sabemos que desde hace décadas recibe contaminantes que vienen desde muy lejos, especialmente por vía atmosférica”.

Ese transporte a larga distancia es conocido como “efecto saltamontes”: los pesticidas se evaporan en zonas más cálidas, se trasladan por la atmósfera, se depositan y se vuelven a evaporar, repitiendo el ciclo hasta alcanzar los polos. “Es como si el contaminante se evaporara, viajara un poco, se depositara, volviera a evaporarse y así sucesivamente hasta llegar al Polo Sur”, describe Luarte.

Las bajas temperaturas actúan como trampa donde se depositan los contaminantes. Al llegar a latitudes polares, los COPs ya no pueden evaporarse más y quedan atrapados en la nieve o en el hielo marino. El problema, es que con el calentamiento global, esa trampa se está rompiendo. “Lo que estamos viendo es una contaminación secundaria. No se trata de nuevos eventos, sino de una liberación desde el pasado”, advierte Juan Höfer, académico de la Universidad Católica de Valparaíso, investigador del Centro Ideal y otro de los autores del estudio. “Es como si estuviéramos descongelando errores antiguos”, dice.

Estos contaminantes se mueven entre matrices: el aire, el hielo, el mar, los organismos vivos. Foto: cortesía equipo de investigación científica para Mongabay Latam.

La lista de compuestos hallados en el estudio incluye pesticidas que marcaron la historia ambiental del siglo pasado: DDT, HCB, heptacloro, lindano, entre otros. Todos ellos fueron ampliamente usados durante décadas, tanto en agricultura como en salud pública, y hoy están prohibidos por el Convenio de Estocolmo, por las graves consecuencias a la salud y a los ecosistemas que generan.

Algunos de estos contaminantes cumplieron roles importantes. Por ejemplo, durante décadas, el DDT fue aclamado como un “milagro químico” contra la malaria. Su uso masivo a mediados del siglo XX ayudó a reducir drásticamente los casos en América Latina, Asia y África. Se utilizaba en viviendas, plantaciones e incluso sobre personas, su efectividad como insecticida lo convirtió en un símbolo del progreso sanitario.

Sin embargo, con el tiempo, emergieron sus efectos colaterales: bioacumulación, persistencia ambiental y toxicidad para humanos y fauna. “El DDT es parte del legado químico del siglo XX. Se usó para salvar vidas, pero su huella tóxica persiste hasta hoy, incluso en la Antártida”, comenta Luarte. “Eso es lo que hace tan complejo este tipo de contaminantes: pueden tener un origen justificado, pero su permanencia termina generando nuevos riesgos”.

De hecho, el DDT aún está permitido. El Convenio de Estocolmo determinó que es posible su uso restringido y únicamente para el control de enfermedades, cuando no existan otros compuestos que cumplan la función con una efectividad similar, como ocurre con la malaria en África.

Prohibidos pero todavía presentes en la base de la vida

“El problema es que la prohibición no implica desaparición”, señala Luarte. “Muchos de estos compuestos tienen una vida media de 20, 30 o hasta 50 años. Se acumulan en organismos, viajan por el aire y pueden seguir causando daño mucho tiempo después”.

El DDT, por ejemplo, fue prohibido en Chile en 1984. Sin embargo, estudios muestran que continuó circulando ilegalmente en algunos países latinoamericanos durante años. El lindano, un insecticida organoclorado muy popular, fue vendido sin receta hasta mediados de los años 90. “Lo usábamos como shampoo para eliminar piojos. Se aplicaba en la cabeza de los niños. Nadie sabía que era un disruptor endocrino y neurotóxico”, comenta Luarte. “Y hoy está en el krill. Esa es la herencia que arrastramos”.

El equipo científico a cargo del estudio analizó muestras de fitoplancton y krill, organismos que constituyen la base de la cadena alimenticia marina. El krill, en particular, es consumido por peces, focas, pingüinos, aves marinas y ballenas.

El equipo científico a cargo del estudio analizó muestras de fitoplancton y krill. Foto: cortesía equipo de investigación científica para Mongabay Latam.

“Vimos que el fitoplancton —al tener lípidos— capta estos compuestos hidrofóbicos [que no se unen al agua]. Luego el krill, que se alimenta del fitoplancton, los acumula en mayor cantidad, y así sucesivamente. Es un proceso de bioacumulación”, explica la investigadora.

Galván complementa: “A eso lo llamamos transferencia trófica. El krill concentra más que el fitoplancton y las especies que consumen krill —aves, peces, mamíferos— terminan expuestas a niveles mucho más altos”.

Aunque las concentraciones no son letales, su efecto es complejo. Los investigadores coinciden en que muchos de estos compuestos son disruptores endocrinos. “Pueden alterar la reproducción, afectar el desarrollo embrionario, generar tumores o alterar la conducta”, detalla Galván. “Lo más complejo es que muchas veces no afectan al individuo, sino a su descendencia. Son impactos transgeneracionales”.

El biólogo marino Höfer añade una preocupación adicional. Y es que “no se trata de un solo contaminante aislado, sino de mezclas complejas. La interacción entre ellos puede generar efectos aún más dañinos que los de cada sustancia por separado”, explica.

La migración de especies es otro factor de preocupación. Ballenas, aves y peces que se alimentan en el océano Austral muchas veces migran a zonas templadas o tropicales. “Una ballena azul que se alimenta de krill contaminado puede llevar esos compuestos a otros océanos”, dice Höfer. “La Antártica no está aislada. Es parte de una red planetaria”.

Ese carácter de nodo global convierte al continente blanco en una especie de medidor de la contaminación. Si hay contaminantes allí, es porque el planeta entero los compartió.

“La Antártica es un espejo. Refleja nuestras decisiones globales. Lo que aparece allá abajo es consecuencia de lo que hacemos acá arriba”, enfatiza Luarte.

Galván es aún más directo: “Pensar que la Antártica está lejos y por eso no nos afecta es una ilusión peligrosa. Lo que se concentra allá, eventualmente, vuelve”.

Los investigadores coinciden en que muchos de estos compuestos son disruptores endocrinos. Foto: cortesía equipo de investigación científica para Mongabay Latam.

Falta de apoyo institucional y esperanza en las bacterias

Uno de los hallazgos más inesperados del estudio fue la detección de genes bacterianos capaces de degradar los COPs. “No vimos la degradación directa, pero sí encontramos el gen que podría hacerlo”, explica la académica Luarte. “Eso sugiere que ciertos microorganismos estarían evolucionando para enfrentar esta contaminación”.

Galván valora el descubrimiento, pero explica que falta mucho trabajo: “Que el gen esté presente no significa que el proceso ocurra de forma eficiente o significativa. Podría tomar siglos. Por ahora es solo una hipótesis alentadora”.

La posibilidad de que ciertas bacterias se conviertan en aliadas en la lucha contra los contaminantes abre una línea de investigación en torno a la biorremediación polar, es decir, utilizar microorganismos para limpiar los contaminantes presentes en entornos polares. Sin embargo, este trabajo aún está en fase inicial.

“No podemos caer en la trampa de pensar que la naturaleza resolverá sola lo que nosotros provocamos”, advierte Höfer. “La biodegradación es una carrera contra el tiempo y vamos perdiendo”.

Para poder avanzar en esta tarea, los investigadores coinciden en un punto que debe ser remediado: la falta de monitoreo científico sistemático en la Antártica. Mientras el Ártico cuenta con programas de observación respaldados por organismos multilaterales, por otro lado, en el sur del planeta todo depende de iniciativas individuales o universidades.

“No hay un sistema coordinado ni financiamiento estable. Cada país mide lo que puede, cuando puede y muchas veces no se comparten los datos”, crítica Galván. “Eso es inadmisible para un ecosistema tan clave”.

Según los investigadores, hay falta de monitoreo científico sistemático en la Antártica y eso debe ser remediado. Foto: cortesía equipo de investigación científica para Mongabay Latam.

Chile, pese a su tradición antártica, tampoco escapa a esta debilidad. “Tenemos bases, tenemos barcos, tenemos científicos de altísimo nivel, pero no tenemos una política de vigilancia ambiental robusta”, lamenta Höfer. “La ciencia avanza, pero sin Estado, sin reglas comunes, queda como una voz en el desierto”.

Luarte agrega que “la Antártida no puede seguir dependiendo de la buena voluntad de los investigadores. Se necesita una gobernanza seria, con recursos públicos y una agenda común”.

Este hallazgo no sólo interpela a la ciencia. También plantea preguntas éticas y políticas. ¿Cómo es posible que pesticidas prohibidos hace décadas sigan circulando? ¿Quiénes son responsables por esa carga tóxica que ahora reaparece? ¿Alguien pagará las consecuencias?

“La contaminación secundaria es un espejo de la injusticia ambiental”, reflexiona Galván. “Los países que más usaron estos compuestos ya no los sufren. Pero sus residuos están llegando al lugar más vulnerable del planeta”.

Höfer, por su parte, insiste en que “la Antártida se convirtió en un archivo tóxico de nuestra historia. Y ahora lo estamos abriendo”. Lo que este estudio demuestra, indica el experto, “es que no basta con prohibir un pesticida para que desaparezca. La historia no termina cuando lo sacamos del mercado. La contaminación no obedece a decretos ni fronteras. Sigue su curso, como un legado tóxico que nos recuerda el precio de décadas de decisiones mal tomadas”.

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Consulta aquí la publicación original de Mongabay Latam: