El jaguar, emblema de biodiversidad y cultura en el Mundial 2026 
El jaguar también es un símbolo de fuerza, belleza y poder en la cultura occidental. Por esta razón, ha sido utilizado como “especie bandera” para impulsar numerosos esfuerzos de conservación a lo largo de América.
- Redacción AN / GER

Por Antonio de la Torre
Recientemente la FIFA dio a conocer a Zayu, el jaguar que será la mascota de México para la Copa Mundial de la FIFA 2026. El tener un jaguar como mascota para los mexicanos, y en general para todos los latinoamericanos, está lleno de mucho simbolismo. El jaguar además de ser una de las especies más icónicas y características de nuestro país, es una representación de poder y fuerza, así como una deidad para la mayoría de los pueblos originarios.
El jaguar, el felino más grande de México, es también uno de los símbolos más poderosos de la vida silvestre del continente americano. Su distribución en México abarca desde las montañas áridas de Sonora, Tamaulipas y Nuevo León, en el norte, hasta las exuberantes selvas del sureste, pasando por las Sierras Madre Oriental y Occidental, y extendiéndose por Oaxaca, Chiapas y toda la Península de Yucatán. Aunque suele asociarse con las selvas tropicales, el jaguar es una especie sorprendentemente adaptable. Habita en una amplia variedad de ecosistemas, desde selvas altas perennifolias y manglares hasta selvas secas, bosques mesófilos de montaña, pinares, encinares e incluso regiones semiáridas del norte del país. Esta capacidad de adaptación le ha permitido sobrevivir en paisajes muy distintos, pero también lo ha llevado a convivir cada vez más cerca de las actividades humanas.
El jaguar es un cazador terrestre formidable y versátil. Su dieta incluye una gran diversidad de presas: venados, jabalíes, coatíes, armadillos, tepezcuintles, tortugas, cocodrilos e incluso peces. Fiel a su naturaleza oportunista, el jaguar se alimenta principalmente de las especies más abundantes en el entorno donde vive. Sin embargo, en las regiones donde el ser humano ha transformado los ecosistemas y reducido drásticamente la fauna silvestre, ya sea por la cacería o la pérdida de hábitat, los jaguares se ven obligados a buscar otras fuentes de alimento. En muchos casos, eso significa atacar ganado doméstico como becerros, cerdos o caballos. Esa situación ha provocado un conflicto persistente entre jaguares y productores rurales. Para muchos ganaderos, el gran felino es visto como una amenaza o una “plaga” que causa pérdidas económicas, lo que a menudo deriva en represalias y cacería directa. Esta persecución, motivada por la defensa del sustento rural, se ha convertido hoy en una de las amenazas más graves para la supervivencia del jaguar en México.
Por la amplitud de los territorios que recorren, los jaguares se han convertido en una pieza clave para el diseño de estrategias de conservación. Estos grandes felinos necesitan extensas áreas para sobrevivir y mantener poblaciones viables, lo que los convierte en una de las llamadas “especies sombrilla”, las cuales son aquellas cuya protección implica, de manera indirecta, la conservación de muchas otras especies que comparten su hábitat. El enfoque de las especies sombrilla es una herramienta eficaz para la conservación, pues permite concentrar esfuerzos e inversión en una sola especie que, al ser protegida, asegura el resguardo de todo un ecosistema. En el caso del jaguar, conservar el territorio necesario para sostener una población reproductiva significa también proteger los bosques, selvas, ríos y manglares que albergan a innumerables especies de plantas y animales.
Además de su papel como especie sombrilla, el jaguar también es considerado una “especie indicadora”. Este término se utiliza para describir a aquellas especies particularmente sensibles a la perturbación humana y que, por tanto, sirven como un termómetro del estado de salud de los ecosistemas. Los jaguares son especialmente vulnerables a la cacería, a la pérdida de cobertura forestal y a los cambios que alteran la disponibilidad de sus presas o de fuentes de agua. Estas presiones impactan directamente su supervivencia y reflejan el grado de alteración de su entorno. Por ello, la presencia de jaguares en una región suele ser un signo alentador, indicando que el ecosistema mantiene buena calidad ambiental y que los procesos ecológicos esenciales siguen funcionando. El jaguar también es un símbolo de fuerza, belleza y poder en la cultura occidental. Por esta razón, ha sido utilizado como “especie bandera” para impulsar numerosos esfuerzos de conservación a lo largo de América. Su imagen transmite un mensaje contundente: proteger y recuperar al jaguar significa preservar un ícono de superioridad y éxito; perderlo, en cambio, sería un reflejo del fracaso en nuestra capacidad de conservar la naturaleza.
Además de esto, el jaguar es también una especie emblemática en la historia y cultura de nuestro país. Para la mayoría de las civilizaciones prehispánicas, este felino no era solo un animal, sino un ser divino, un icono central en sus mitos y cosmologías. Los antiguos pueblos de México lo veneraban de diversas formas, reconociendo en él fuerza, poder y misterio. Por ejemplo, los olmecas, hace aproximadamente 3,000 años, representaban al jaguar en su arte y religión. Esculturas de felinos eran comunes, muchas veces como deidades antropomorfas, mitad jaguar y mitad humano, simbolizando la dualidad entre el animal y el ser humano. Se cree que el jaguar fue elegido como símbolo no solo por su posición como depredador tope, sino también por la relación especial que tenía con las personas. El ser humano era uno de los pocos capaces de enfrentarlo, y viceversa, consolidando un vínculo de respeto y reverencia que perdura hasta hoy.
Los mayas también se maravillaron con las habilidades del jaguar y las relacionaron con diversos fenómenos naturales. Se creía que su capacidad de ver en la oscuridad le permitía desplazarse a través del inframundo, un vínculo que reforzaba su aura de misterio y poder. El jaguar también está presente en el arte y la arquitectura maya. Un ejemplo notable es el Trono del Jaguar Rojo, ubicado en “El Castillo”, la gran pirámide del sitio arqueológico de Chichén Itzá, construida hace aproximadamente 1,500 años. Además, este felino estaba estrechamente asociado con la nobleza y el poder. En las pinturas de Bonampak, Chiapas, se observan nobles y gobernantes usando pieles de jaguar, un privilegio reservado únicamente para esta clase. La presencia del jaguar en estos contextos simbolizaba autoridad, fuerza y conexión con lo divino.
Para los pueblos azteca y mexica, hace aproximadamente 700 años, el jaguar también estaba cargado de simbolismo y mitología. Según sus relatos, cuando Tezcatlipoca, el dios que implantó el primer sol, fue derrotado por Quetzalcóatl, se transformó en jaguar. Otro mito explicaba el origen de su piel manchada, al crear los dioses el sol y la luna, el jaguar fue arrojado al fuego sagrado y regresó a la vida con su pelaje manchado y chamuscado. Para los aztecas, incluso los fenómenos naturales tenían su vínculo con el jaguar. Se creía que los terremotos emitían la “voz del jaguar”, y tanto su rugido como el temblor de la tierra eran presagios de desgracias venideras. Además, el jaguar simbolizaba poder militar; los guerreros jaguar eran miembros de órdenes de élite que encarnaban fuerza y destreza. Así, en la cosmovisión mexica, el jaguar representaba una mitología dual, uniendo luz y oscuridad, cielo y tierra, en un símbolo de complejidad y poder que trascendía lo terrenal.
Hoy en día, el jaguar sigue siendo una presencia significativa en la cultura mexicana. Por ejemplo, en el estado de Guerrero, este felino es protagonista de la Tigrada, un ritual colorido que se realiza para pedir lluvia. De manera similar, en Suchiapa, Chiapas, durante la celebración de Corpus Christi, se lleva a cabo un baile tradicional en el que los jaguares ocupan un lugar central; el ritual busca ahuyentar el mal y garantizar buenas cosechas. Estas festividades muestran cómo el jaguar continúa siendo un símbolo de conexión entre las comunidades y la naturaleza, manteniendo vivo su valor cultural y espiritual.
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El anuncio del jaguar como mascota del próximo Mundial ha generado entusiasmo, pero también invita a la reflexión. No se trata solo de elegir un animal carismático, el jaguar es un símbolo profundo, cargado de historia y significado para los pueblos originarios, y a la vez representa la riqueza de la biodiversidad mexicana. Sin embargo, usar su imagen debería ir acompañado de acciones concretas y coherentes. Convertir al jaguar en un emblema mundial implica proteger su hábitat natural y reconocerlo como un ícono del desarrollo sostenible, capaz de inspirar la convivencia entre la conservación de la naturaleza y el bienestar de las comunidades rurales que coexisten con él.
Para que esto sea posible, se requiere algo más que buenas intenciones: es fundamental fortalecer nuestras instituciones ambientales. Por ejemplo, las Áreas Naturales Protegidas, que resguardan las poblaciones más importantes de jaguar en México, enfrentan desde hace años presupuestos insuficientes y capacidades operativas limitadas. Lo mismo ocurre con otras dependencias, como la PROFEPA, la cual se encarga de proteger la biodiversidad y perseguir los delitos ambientales. Sin financiamiento adecuado, ni el jaguar ni los ecosistemas que lo sostienen podrán sobrevivir a largo plazo. Por ello, elegir al jaguar como mascota del Mundial no es solo un motivo de orgullo nacional, también es un desafío para las instituciones encargadas de su conservación. Si queremos que este símbolo tenga un verdadero significado, el país debe comprometerse a invertir en su protección. De lo contrario, corremos el riesgo de quedarnos únicamente con la imagen, mientras los jaguares reales desaparecen de nuestros bosques y selvas. El jaguar, fuerza y cultura viva, nos recuerda que la conservación de la naturaleza no es solo un deber ecológico, sino también un compromiso con nuestra historia y nuestra identidad.
Para conocer cómo puedes ayudar al jaguar visita: www.f4nw.org
Antonio de la Torre es biólogo y conservacionista desde hace 20 años y comenzó a estudiar al jaguar en el año 2005. Actualmente es investigador posdoctoral en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Lerma, director del “Programa Jaguares de la Selva Maya” y trabaja en otros proyectos de conservación en Latinoamérica y Asia. Cuenta con más de 50 publicaciones científicas sobre ecología y conservación. En el año 2019 recibió el Reconocimiento para la Conservación de la Naturaleza que otorga la CONANP y además es National Geographic Explorer (2018).
“Jaguares de la Selva” Maya es un programa impulsado por Bioconciencia A.C. y Natura y Ecosistemas Mexicanos A.C. desde 2017, con el objetivo de conservar al jaguar y su hábitat en la región de la Selva Maya. A través del trabajo directo con comunidades locales, esta iniciativa busca entender mejor la ecología del jaguar para implementar acciones de conservación a largo plazo. El programa protege hábitats clave mientras promueve medios de vida sostenibles, fomentando la coexistencia entre las personas y esta especie emblemática. Con un enfoque integral y multidisciplinario, busca armonizar la conservación con las actividades productivas de la región.










