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Una ameba que vive a 63 grados reabre el debate sobre la vida más allá de la Tierra Naturaleza Aristegui

Las amebas están formadas por células eucariotas, las cuales también están presentes en plantas, animales y seres humanos.

  • Redacción AN / MDS
07 Dec, 2025 01:28
Una ameba que vive a 63 grados reabre el debate sobre la vida más allá de la Tierra
Imagen generada por IA

Por Julio García G. / Periodista de Ciencia

Por increíble que parezca, en la Tierra existen organismos aptos para soportar las temperaturas más extremas. Por ejemplo, los extremófilos son capaces de resistir no solamente temperaturas altísimas, sino también frío extremo, acidez muy alta, altas presiones y radiación intensa.

Desde hace algunas décadas se sabe que algunos de estos extremófilos, como las amebas y las bacterias, suelen ser capaces de resistir a temperaturas que rebasan los 45°C. No obstante, hasta ahora se desconocía que el número de especies cuya vida sigue prácticamente inalterada pasando ese límite de temperatura es mayor a lo que alguna vez llegó a pensarse.

Por ejemplo, a finales de noviembre, un grupo de investigadores estadounidenses dio a conocer que una pequeña ameba, denominada Incendiamoeba cascadensis (el nombre significa, literalmente, “amiba de fuego de las cascadas”), es capaz de seguirse reproduciendo a los 63°C y –a los 64°C– tiene todavía la habilidad para moverse.

Aunque el estudio aún no ha pasado la revisión por pares (fundamental para darle mayor validez a la investigación), se ha publicado como “preprint” en una plataforma con bastante prestigio: bioRxiv.

La ameba en cuestión fue descubierta este mismo año al oeste de Estados Unidos, concretamente en el Estado de California, donde se encuentra una impresionante cadena montañosa.

La ameba I. cascadensis. Fue descubierta recientemente en el Estado de California (Estados Unidos). Imagen: H.Beryl Rappaport/bioRxiv.

En una zona muy concreta de esta escarpada cadena se encuentra el Parque Nacional Lassen, el cual posee un arroyo geotérmico. Fue en dicho arroyo donde los científicos encontraron a I. cascadensis.

Ahora bien, todas las amebas, al igual que plantas, animales y seres humanos (excepto bacterias y arqueas) poseen células eucariotas. Este tipo de células, al contrario que las células procariotas, tienen un núcleo definido que contiene todo el ADN y han dado lugar a las formas de vida más complejas.

Y, a la conclusión más importante a la que han llegado estos investigadores es que “nuestros hallazgos desafían el paradigma actual de las restricciones de temperatura en las células eucariotas y reformulan nuestra comprensión de dónde y cómo puede persistir la vida eucariota”.

Por lo tanto, si la vida compleja, basada en células eucariotas, puede soportar temperaturas infernales, ¿entonces posiblemente la vida compleja pueda existir en otros sitios del Sistema Solar o del Universo?

De acuerdo con la información publicada en el “preprint”, las muestras de agua del arroyo parecían desprovistas de vida cuando eran vistas al microscopio, pero, tras cultivarlas con nutrientes, los científicos detectaron que I. cascadensis crecía a 57°C. Posteriormente, lentamente, aumentaron la temperatura superando el récord anterior para eucariotas de 60°C.

Fue así como demostraron que no solamente esta ameba podía seguirse dividiendo a 63°C, sino que incluso se movía aun estando a 64°C.

A 70°C, las células pudieron formar quistes laterales que se reactivaron a temperaturas más bajas.

Imagen artística de una célula Eucariota. Imagen generada por IA.

A pesar de que I. cascadensis no ha roto ningún récord en lo que se refiere a la capacidad de un organismo para soportar altas temperaturas (por ejemplo, la arquea Methanopyrus Kandleri ostenta el récord con 122°C), sí es una de las amebas más resistentes al calor.

Esta resistencia a las altas temperaturas nos remite a la pregunta anterior sobre la posibilidad de vida en otros sitios más allá de la Tierra.

Y, aunque por el momento no se ha encontrado ningún tipo de forma de vida, pese a que existen miles de planetas fuera del Sistema Solar que la podrían albergar, las condiciones iniciales para que la vida surja probablemente no son tan especiales como creíamos.

Por ejemplo, a principios de diciembre la NASA anunció, gracias a los estudios que se han realizado sobre Bennu, un asteroide que se formó tiempo después de que surgiera el Sistema Solar, que en dicho objeto –el cual fue visitado por la nave OSIRIS-REx– existen compuestos químicos, concretamente azúcares esenciales, para que pueda surgir la vida.

Estos azúcares –desoxirribosa y ribosa– son componentes esenciales del ADN y del ARN, respectivamente.

Como se sabe, el ADN es el principal portador de información genética en las células y, el ARN, desempeña numerosas funciones. El ARN, pues, es algo así como un intermediario, un traductor que también regula y transporta la información genética contenida en el ADN.

El ADN. Imagen vía Unsplash.

Sin estas peculiares escaleras (la del ADN tiene dos barandales unidos por escalones, mientras que la del ARN posee solamente un barandal) la vida no podría existir tal y como la conocemos.

Por otro lado, esto llevará, quizá, a repensar algunas de las hipótesis que buscan explicar la paradoja de Fermi, formulada en 1950 por el físico de origen italiano pero nacionalizado estadounidense Enrico Fermi. Mediante esta paradoja Fermi se preguntó, en términos sucintos: “Si existen tantas civilizaciones en el Universo… ¿dónde están todos?”.

Evidentemente, tanto el descubrimiento de extremófilos en las montañas californianas, como el hallazgo de azúcares en la superficie del asteroide Bennu, amplían el abanico de posibilidades para que otros organismos –o compuestos químicos esenciales– puedan sobrevivir a las condiciones más adversas del Universo.

Y entonces, ¿“dónde están todos”? Aún no hemos encontrado civilizaciones fuera de la Tierra y es posible que, aunque los ingredientes fundamentales para la vida parezcan estar repartidos por el Sistema Solar, el surgimiento de vida compleja no dependa únicamente de esos componentes, sino de condiciones y mecanismos muchísimo más específicos cuya naturaleza todavía desconocemos: la verdadera chispa que enciende la vida, una gran desconocida que obliga a los científicos a seguir explorando y haciéndose interrogantes sobre la naturaleza de la realidad.

Y, sobre todo, nos recuerda que quizá la vida inteligente es mucho más difícil de que aparezca, incluso en un cosmos repleto de miles –o millones– de mundo posibles.

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