Casamenteros y cazadores de libros | Artículo de Nilsa Téllez 
En este artículo, la doctora Nilsa Téllez, a partir de sus propias rutas lectoras, nos habla de cómo los primeros mediadores -familia, afectos y maestros- se convierten en casamenteros que nos presentan a los libros que marcarán nuestras búsquedas futuras, hasta transformarnos en lectores capaces de cazar por cuenta propia las historias que necesitamos.
- Redacción AN / MDS

Por Nilsa Téllez Morales*
La primera persona que leyó algo para mí — antes de que pudiera hacerlo por mi cuenta — fue mi tío bisabuelo José; comenzó con algo sencillo: una tira cómica publicada en un diario local. Luego mis padres fueron dejando caminos de migajas, joyas por la casa esperando a ser encontradas: enciclopedias ilustradas y libros de cuentos; la ruta se allanó con los tomos de una colección de historias infantiles que uno a uno me fue prestando una prima cercana. Mis seres queridos fueron los primeros casamenteros de lecturas en mi vida.
Presentar a lectores con libros es como el oficio casamentero. El primer acercamiento es crucial, hay que saber a quién emparejar con quién por lo que pueden tener en común, sobre todo cuando se busca crear afición por la lectura. Frecuentemente en lo que descubrimos qué nos gusta leer, el porqué y el para qué leemos, nos inclinamos a seguir las recomendaciones de personas a quienes les tenemos afecto, confianza o que consideramos similares a nosotros.
Conforme se avanza en edad o experiencia lectora quizás valoraremos más la pluralidad, la complejidad y la profundidad de los textos para volvernos selectivos con base en los criterios de nuestras prioridades, pero los primeros pasos del camino para transformarnos en cazadores de libros es la proximidad de nuestra presa.
Durante mi infancia y adolescencia lo más cercano a una librería en mi ciudad fue la sección de libros de un supermercado. Al finalizar un ciclo escolar mi padre me premiaba por mis buenas notas permitiéndome elegir un libro de las estanterías. Así inicié mis primeras pesquisas en libertad, alimentada por la curiosidad y la expectativa de encontrarme ante la novedad.
Los libros me han acompañado, pero he aprendido que es necesario encontrar el adecuado para cada situación, aunque también he sido afortunada de que algunos hayan salido a mi encuentro. Mónica Lavín escribió que “no hay libros equivocados, tal vez momentos equivocados para acoger el libro”. Coincido: existen voces que reconfortan cuando experimentamos un duelo.
Fue el caso de Eurípides cuando leí “visitándome en sueños, me alegrarás pues a los seres queridos, aun de noche, dulce es verlos, sea el tiempo que sea”. La idea logró asentar en mi ser como un té de manzanilla o un panqué de calabaza en otoño. Los libros saben dónde duele y por tanto dónde sanar.
En momentos de enojo Esquilo sería ese amigo que te invita a usar tu cabeza y no tu estómago: “¿es que no comprendes, Prometeo, que las razones suelen ser medicina de un alma enferma de encono?”. Por más vigentes que sean los clásicos, frecuentemente llegamos a entenderlos cuando conectamos con las emociones, aunque no vivamos la misma trama de sus personajes.
Hay libros que nos enseñan nuevas formas de comunicarnos, que nos toman de la mano, que nos cuentan una historia y como a un niño pequeño nos van alimentando el léxico. Si leímos un libro escrito en otra época o en un idioma diferente ¿recordamos cuál fue y la persona que nos llevó hasta él? ¿en qué momento nos dimos cuenta de que éramos capaces de comprenderlo? Estos ejemplares abonaron nuestro sentimiento de eficacia lectora y nos volvieron más osados.
En caminos sinuosos Sófocles me diría que no hay nada perpetuo para los humanos, ni lo bueno ni malo. Hay libros que nos invitan a creer y a tener esperanza: me gusta imaginarme que escucho la voz de Duncan Macmillan diciéndome “Las cosas mejoran. Puede que no siempre se vuelvan extraordinarias, pero mejoran”.
Una de las maravillas del tiempo en el que vivimos es la posibilidad de elegir qué leer. Disfruto de cazar libros, pero también agradezco a los buenos casamenteros que me conectan con aquellos ejemplares que difícilmente conocería por mi cuenta. Entre el lector y el libro hay un diálogo sin duda, pero alguien tiene que incitar esa casualidad que los lleve a la mesa adecuada y les sirva el primer café.
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* La autora es Doctora en Filosofía con Orientación en Ciencias Políticas (UANL), Maestra en Ciencias en Comunicación, Licenciada en Periodismo y Medios de Información con Especialidad en Comunicación Internacional y Nuevas Tecnologías (Tec de Monterrey) y Especialidad en Competencias Didácticas (Universidad Panamericana).
