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Hambre y malnutrición: el caso de México en 2025 | Artículo de Mario Luis Fuentes Naturaleza Aristegui

México enfrenta una epidemia de obesidad que sigue creciendo y que se traduce en tasas alarmantes de mortalidad por diabetes y enfermedades cardiovasculares.

  • Mario Luis Fuentes
05 Sep, 2025 18:50
Hambre y malnutrición: el caso de México en 2025 | Artículo de Mario Luis Fuentes
Foto: Archivo Cuartoscuro

Mario Luis Fuentes

La seguridad alimentaria se ha convertido en uno de los principales indicadores de la desigualdad global. El más reciente informe sobre el Estado de la Inseguridad Alimentaria en el Mundo 2025, publicado por la FAO, confirma el hecho de que los efectos de la pandemia siguen vigentes, golpeando sobre todo a las naciones y familias más pobres. La recuperación en el acceso a una alimentación nutritiva y de calidad avanza con una lentitud que contrasta con la urgencia vital que supone la comida. Millones de personas han logrado mantener una ingesta mínima, pero sin recuperar la diversidad ni el equilibrio nutricional indispensables para una vida digna y saludable.

A ello se suma otro fenómeno que la FAO y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) han puesto en el centro del debate internacional: el precio de los alimentos. Hoy se encuentran en su nivel más alto de los últimos dos años. La persistencia de la invasión rusa a Ucrania ha modificado de manera significativa los mercados internacionales de granos y cereales, provocando una tensión creciente en los sistemas de distribución global. El trigo, el maíz y otros granos básicos se han vuelto más costosos, inestables y vulnerables a la especulación financiera. En términos prácticos, esto significa que las familias más pobres en África, América Latina y Asia dedican una proporción creciente de su ingreso a la alimentación, sacrificando otros derechos básicos como salud o educación.

México no escapa a este panorama. De hecho, lo refleja con crudeza. El país vive la paradoja de ser una economía emergente, integrada como socio comercial principal de Estados Unidos, y al mismo tiempo un territorio donde el hambre y la malnutrición conviven con la abundancia alimentaria.

Por un lado, los registros del Sector Salud muestran que ha aumentado el número de personas atendidas por desnutrición. La mortalidad infantil asociada a la desnutrición se mantiene y en algunas regiones rurales del sur incluso se incrementa. Familias enteras padecen carencias crónicas de hierro, proteínas y micronutrientes que repercuten directamente en la salud, el crecimiento y el aprendizaje de niñas y niños.

Por otro lado, México enfrenta una epidemia de obesidad que sigue creciendo y que se traduce en tasas alarmantes de mortalidad por diabetes mellitus y enfermedades cardiovasculares. El exceso calórico, asociado a una dieta basada en ultraprocesados, refrescos y alimentos de bajo costo, resulta letal. La malnutrición se expresa así en dos polos: la carencia absoluta y la sobrecarga calórica tóxica. La muerte evitable por obesidad es el rostro oscuro de una modernidad que confunde saciedad calórica de mala calidad con bienestar y que transforma el acto de alimentarse en un camino hacia la enfermedad y en el largo plazo, una muerte lenta, costosa y dolorosa.

Detrás de las cifras se encuentra una pregunta más profunda: ¿qué significa ser un país cuyos hogares enfrentan cotidianamente la malnutrición? El hambre no es solamente la ausencia de pan en la mesa, es también el vacío simbólico de una sociedad que normaliza la desigualdad. Que millones no puedan nutrirse mientras otros se enferman de exceso revela una fractura en la idea misma de comunidad. La solidaridad, entendida como el reconocimiento de la vida del otro como igualmente valiosa, se disuelve cuando toleramos que el pan falte en la mesa del vecino.

Cosecha maíz y sistema alimentario

La persistencia del hambre en un país que exporta frutas, hortalizas y cerveza al mayor mercado consumidor del planeta constituye una paradoja moral. México es, simultáneamente, territorio de riqueza agrícola y cementerio de vidas truncadas por la desnutrición o el exceso calórico. Lo intolerable es que ambos extremos matan en silencio a cientos de miles cada año.

El hambre y la obesidad revelan dos maneras distintas en las que el cuerpo humano es violentado por las estructuras económicas, políticas y culturales. El hambre aniquila poco a poco la posibilidad de crecer, aprender y vivir con dignidad. La obesidad, en cambio, no es solo un problema de sobrepeso: es un lento proceso de deterioro metabólico que conduce a enfermedades crónicas, amputaciones, ceguera, infartos. En ambos casos, la muerte es evitable, pero ocurre cotidianamente, como si la sociedad hubiese aceptado la tragedia como parte de su normalidad.

Pensar la comida es pensar lo elemental. La posibilidad de alimentarse es el primer acto de libertad de un ser humano. México, como otras naciones, enfrenta la contradicción de haber ampliado su integración al comercio global mientras millones de sus habitantes no logran ejercer el derecho más básico: nutrirse. La globalización ha multiplicado la disponibilidad de productos ultraprocesados, pero no ha resuelto la paradoja de la niñez desnutrida ni de las familias que mueren por exceso calórico.

El país, en consecuencia, se debate entre dos formas de malnutrición que no deberían existir en un territorio con abundancia agrícola. Y esa es la herida existencial: constatar que en el mismo espacio geográfico conviven la madre que no puede garantizar proteínas para sus hijos y el adulto que consume diariamente calorías que le conducirán a la insuficiencia renal o al infarto.

En esta contradicción se revela la fragilidad de nuestro tiempo. La mesa mexicana es metáfora de un mundo fracturado: mientras unos hogares se esfuerzan por garantizar la leche y los granos para sus hijos, otros sucumben a la avalancha de productos que, bajo la apariencia de saciedad les condenan a la enfermedad. El hambre, en todas sus formas, es siempre una herida ontológica: recordatorio de que la vida se sostiene en lo más elemental, en ese acto cotidiano de comer, que debería ser un derecho inviolable y no una ruleta entre la carencia y el exceso.

La pregunta final es entonces inevitable: ¿qué significa que el país vecino y principal socio comercial de la mayor potencia del mundo viva atrapado en la paradoja de la malnutrición? Significa que el mercado no garantiza por sí mismo la justicia alimentaria. Que la riqueza no se traduce automáticamente en justicia y, como resultado, en buena nutrición. Y que, en el fondo, seguimos siendo sociedades incapaces de asegurar lo más elemental: el pan de cada día como derecho universal.

Investigador del PUED-UNAM

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