“Apegarte al canon te resta creatividad y te acartona”: Mario Mendoza 
El escritor colombiano explora los límites de la realidad en ‘Vírgenes y toxicómanos’, su nueva novela.
- Redacción AN / HG

Por Héctor González
¿En qué consiste la normalidad? ¿Cuáles son los parámetros de lo que entendemos como realidad? Con estas preguntas en el horizonte, el colombiano Mario Mendoza (1964) comenzó a escribir Vírgenes y Toxicómanos (Planeta), su nueva novela.
La historia nos muestra a Anton Echeverry, un padre ejemplar que entra en crisis tras la muerte inexplicable de su esposa. En medio del caos, su hijo Martín es la única razón que lo mantiene en pie, hasta que un día, escucha por casualidad una conversación entre el joven y su mejor amigo, un compañero de universidad, hijo de un político, que anda en muletas por una poliomielitis, en la que comentan que ellos son “la tristeza de Dios”.
Con el objetivo de quitar esa idea de la cabeza de su hijo, Anton intenta ayudarlo, aunque eso implique una aventura que trasciende lo que entendemos por realidad.
Leí que te referiste a Vírgenes y Toxicómanos como una de tus novelas más complicadas, ¿por qué?
Antes había hecho ejercicios de surrealismo y de ingreso a una zona de hiperrealidad, sobre todo en un libro que publiqué que se llamaba Paranormal Colombia. Pero nunca había sostenido todo esto en un texto, por eso fue tan difícil. Me preguntaba si el lector me acompañaría en toda la historia o si sentiría defraudado o extraviado. Hice una apuesta muy fuerte por esta novela y espero que el lector la comprenda y entienda.
Desde el principio la novela se mueve entre la realidad y la ficción, entre la muerte y aquello que no tiene explicación.
Las líneas que definen lo real son cada vez más difusas. Damos por sentado o por hecho de que hay una realidad real, y eso no existe, no es verdad. La realidad es una construcción, un plano en el que nos vamos poniendo de acuerdo. Hay unos planos grupales, colectivos y hay otros que son estrictamente individuales, pero a la gente le suena raro que uno le diga que lo que vive en realidad es una proyección de lo que lleva por dentro. Nos cuesta entender esto porque la relación con el inconsciente no es clara. Nosotros hoy en día somos unos ciudadanos muy raros, nos podemos graduar del colegio o la universidad sin haber recibido una sola clase sobre el inconsciente. Puedes terminar una carrera sin tener idea de lo que llevas dentro, solo lo consigues si tomas terapia o si la vida te pone contra las cuerdas. En mi caso son esos pliegues o complejidades, las que me parecen interesantes como narrador.
¿Por qué hemos dejado de lado el inconsciente?
Hay un analfabetismo generalizado con respecto al tema. La gente cree que toma decisiones y que la vida que lleva es la suma de esas decisiones, y no, eso no funciona así, son pulsiones. La mayoría de las decisiones que tomamos no son racionales, las tomamos de manera impulsiva y muchas veces de manera irracional o conducidas por nuestro mundo afectivo o sentimental. No somos conscientes de eso, y la literatura o el cine en buena medida son espacios para reflexionar acerca de eso.
La novela abre con un epígrafe de Emmanuel Carreré, “hay algo que no funciona en el mundo”. ¿Qué es lo que o funciona?
No está funcionando nada. Desde 1945 estamos en un extravío total, durante los siglos XVI o XVIII había un proyecto: la modernidad, pero con la caída de las bombas atómicas y los campos de concentración de Auschwitz o Treblinka, todo se fue a pique. Desde entonces somos seres que caminan por las calles amnésicos, catatónicos, sin saber hacia dónde se dirigen.
¿Cómo se construye un personaje como Anton Echeverry, el protagonista de tu novela?
Lo primero es tener claridad en lo difusa que es la línea que define la realidad, y en nuestros países con mayor razón. Colombia, México y el resto de América Latina tenemos capas y una geología urbana sumamente difícil. Me interesa mucho mostrar que, en una ciudad como Bogotá, las capas no solamente son espaciales, sino también temporales. Puedes moverte diez calles y pasar de una época a otra. En Bogotá se llama el Bronx a un centro en donde están los recicladores y los indigentes, en esa zona hay una mafia. Al tránsito de un determinado lugar a un sitio como el Bronx bogotano, los sociólogos lo llaman factor de prehistoria urbana. Es decir, te moviste 10 calles, pero en realidad entraste a la prehistoria, con unos tipos barbados, con garrotes en la mano y durmiendo debajo de los puentes, son nómadas, no tienen un lugar fijo; pero de pronto caminas otras 20 calles y entras a un galpón en donde hay un pastor evangélico con las biblias en la mano y una cantidad de gente arrodillada. En ciudades como Bogotá o México conviven la prehistoria con el medioevo y el futuro. ¿Cómo construir una escritura que sea como un hilo de araña que viaja por esas capas y por esa geología urbana? Eso es lo que lo que a mí me obsesiona como narrador.
Has escrito guiones y novela gráfica también, ¿qué tanto te interesa llegar a los jóvenes con tu trabajo?
Hace muchos años rompí con el canon, que es algo que viene de la academia y que incluye lo que se podría denominar la literatura seria o con mayúscula. Me parece que apegarte al canon te resta creatividad y te acartona, te vuelves aquello que Cortázar llamaba tortugones amoratados. No me interesa ser un intelectual rígido, por eso me voy hacia formas populares de la cultura pop, como el cómic o la novela gráfica, incluso el melodrama televisivo y por supuesto la novela juvenil, por cierto, mi saga juvenil inicia en México, en el jardín de Edward James, en Xilitla. Alejarme del canon me dio una libertad creativa enorme. No obstante, mientras escribo no pienso en a quién me voy a dirigir. Lo que me interesa es que la historia, que cautive, tenga fuerza y diga algo.
Otro rasgo de esta novela es la relación padre-hijo, ¿por qué te interesa este tema?
En México hay una gran novela sobre el tema, Pedro Páramo. La relación padre-hijo es un gran tema en América Latina, hay análisis psicológicos que revisan la relación entre la democracia y la paternidad. Muchas veces uno aprende de leyes en casa de los padres, sin embargo, buena parte de los hogares latinoamericanos tienen padres ausentes, abundan las mujeres que son cabezas de familia. Muchas veces la figura paterna es reemplazada por el capo, el narcotraficante o el caudillo político, y por supuesto esto incide en la democracia participativa. Buena parte de la fuerza que tiene el caudillo o el capo se basa en esa relación con la ausencia del padre en nuestra región. De alguna manera, en la mayoría de edad, el padre es reemplazado por el Estado o una figura de autoridad, por lo mismo la ausencia paterna tiene efectos más nefastos de lo que nos podemos imaginar pues genera conflictos más profundos en nuestras poblaciones. De ahí viene mi interés.
En esta novela, como en tu trabajo en general, cuestionas lo que entendemos como normal. ¿Cómo entiendes lo normal?
Creo que eso ya no se puede definir. Como decía alguien en el mundo del psicoanálisis, una familia disfuncional es una redundancia. Todas las familias son disfuncionales es cuestión de acercar la lente. No hay nadie totalmente normal y más ahora cuando se está construyendo nuestra relación con la Inteligencia Artificial, hoy ya se habla de psicosis digital, como un efecto por el uso diario de la Inteligencia Artificial.
¿En qué sentido te interesa la Inteligencia Artificial? ¿La has usado para escribir?
No, jamás. No consulto ninguna e incluso le tengo un cierto rechazo porque está diseñada para encapsularte y definirte rápidamente. Apenas te ubica te arroja más de lo mismo hasta que te encapsula. Buena parte de la polarización política contemporánea va relacionada con eso. Ya no tenemos el diálogo, ya no nos gusta que el otro nos cuestione y nos motive a ir más allá de nosotros mismos. El ChatGPT nunca te lleva la contraria y no te muestra que hay otra forma de ver las cosas, jamás te confronta y eso nos hace perder distancia frente al otro. Internet es el reino del “yo”.
¿Por eso estamos en un momento de tanta autorreferencialidad en el arte?
De tanto hacernos selfies llegamos a una época de autorreferencia. Antes las cámaras estaban diseñadas para mirar hacia afuera, ahora los celulares están hechos para mirarnos a nosotros mismos. Para las nuevas generaciones solo existe el “yo”.
¿Qué te dejo la escritura de Vírgenes y Toxicómanos?
Dos documentales me marcaron para escribir esta novela. El primero se llama Crip Camp, que fue producido por Michelle Obama, trata de la lucha de los discapacitados en los Estados Unidos durante la década de los sesenta. No tenía idea de la relevancia de ese tema, fue toda una revelación. Y el otro documental fue El secreto del doctor Grinberg, este gran personaje mexicano que desapareció misteriosamente en 1994. En la mezcla de ambos están las claves de la novela.