“De niño me perdí en el Estado Azteca y me rescató don Fernando Marcos”: J.M. Servín 
El periodista y escritor reúne un conjunto de crónicas para su nuevo libro 'Yo soy El Mandrake. Crónicas brutalistas".
- Redacción AN / HG

Por Héctor González
Si algo tienen las crónicas de J. M. Servín (Ciudad de México, 1962) es vitalidad. Ya sean textos alrededor de los resquicios su barrio, ahí por la zona de Bucareli, u otros más personales, el narrador sabe tomar el pulso de su país y de sí mismo a través de las calles, los bajos fondos y la memoria.
A través de una mirada crítica y al mismo tiempo irónica, Servín nos asoma a una ciudad de México cercana a una dimensión desconocida donde todo es posible, pero al mismo tiempo si leemos con atención, nos asoma a la narrativa de un escritor que busca reconstruirse así mismo por medio de su trabajo.
“La mayor parte de mi obra es un intento por hacer una autobiografía. Tengo tantas cosas que quiero contar, decir y expresar como escritor, mexicano y ciudadano, que para mí es un tema inagotable que me permite expresarme tal como lo busco”, reconoce el autor de títulos como Por amor al dólar, Cuartos para gente sola, D.F. Confidencial, Nada que perdonar o Mi vida no tan secreta.
Ahora, Servín tiene nuevo libro Yo soy el Mandrake. Crónicas brutalistas (El salario del Miedo/UANL), donde recupera textos publicados en distintos medios y que de alguna manera dan continuidad a lo que ha hecho durante más de treinta años. Para hablar de esto y varias cosas más, el cronista me cita en uno de los sitios emblemáticos de su zona El café La Habana.
Mandrake es un libro que ya había circulado, ¿no?
Sí, se publicó con la editorial Oficio de Monterrey, pero solamente salieron cien ejemplares porque murió el editor. El libro quedó volando y la UANL me propuso recuperarlo como un reconocimiento a mí, dijeron. Para esta edición hicimos una pequeña revisión e incluimos un par de crónicas más.
Ahora, eres coeditor a través de tu sello El salario del miedo, ¿cómo llevaste ser tu propio editor?
Es la primera vez que lo hago en mi vida. Me había resistido a hacerlo porque puede ser medio tramposo, pero en este caso fue iniciativa de la UANL.
Algo que me queda claro tras leer el libro es que conoces bien tu barrio.
Cada vez menos porque este barrio se ha transformado a mucha velocidad. En el libro está el testimonio de una parte mi vida aquí, que ha sido muy importante. Pero al mismo tiempo quería mostrar cambios como la gentrificación y la decadencia a un barrio triste y un poco peligroso.
En el libro escribes que en la Ciudad de México la realidad y la ficción son la misma cosa, ¿por qué?
Aquí los límites de la ficción y la realidad son muy difusos. La ciudad es tan compleja, inabarcable y grande, que da lugar para todo, desde la ficción hasta la realidad más absurda.
¿Por qué escribes que aquí fracasó la esperanza?
La esperanza es un concepto que nos han vendido desde que tengo uso de la razón. Ante la esperanza se antepone una realidad dura y cruel. Se que no hay una sola lectura de la realidad, pero me parece que en general campea la tragedia y la desilusión para mucha gente. Esa es mi percepción sobre la ciudad y el país.
Algo de eso lo apuntas en tu texto sobre el terremoto del 2017…
Quienes vivimos aquí somos veteranos de los terremotos. Sabemos lo que es la tragedia y la desesperanza, pero también la solidaridad de la sociedad civil. El terremoto de 2017 fue un recordatorio de lo qué podemos ser en el mejor y el peor sentido.
¿Por qué escribes las crónicas en primera persona?
La crónica es un género periodístico-literario que se presta para la subjetividad de la primera persona. En mi caso, no busco mostrar una realidad panorámica que pueda caer en la objetividad o el mero documento histórico. A través de la primera persona intento dialogar con mi presente, con lo que veo sin pretender decir lo que sucedió tal cual.
Con tu presente, pero también con tu vida porque casi todos los textos están atravesados por anécdotas o recuerdos.
La mayor parte de mi obra es un intento por hacer una autobiografía. Tengo tantas cosas que quiero contar, decir y expresar como escritor, mexicano y ciudadano, que para mí es un tema inagotable que me permite expresarme tal como lo busco. No soy muy bueno ficcionalizando, mi capacidad está en rehacer mi propia realidad bajo mis circunstancias y exigencias personales.
¿Escribir de esta manera te sirve para poner en paz tus demonios o para sanar de alguna manera?
Sí, es mi mirada y una decantación de mis experiencias personales, mis lecturas y de la realidad que vivo. En este sentido, la hemerografía que me proporciona la nota roja como un arte mayor de la crónica, me permite tener una lectura distinta de la historia oficial.
En este sentido, ¿qué representa el texto de El Mandrake?
El Mandrake surgió a partir de una foto de Juan Carlos Ruiz Vargas. Retrató a un asaltante y me pidió que escribiera algo sobre él. Sentí que ese personaje estaba muy dentro de mí y que yo podía dialogar con él, que ya lo conocía de alguna manera por experiencias de vida y mi interés por los bajos fondos. El texto fluyó de una manera natural y al hacerlo desde la subjetividad de la primera persona conseguí meterme no solo en la realidad o mirada de un supuesto asaltante, sino también de muchos mexicanos que compartimos circunstancias extremas. El Mandrake refleja lo que somos los capitalinos, en todos nosotros hay un Mandrake.
Rubem Fonseca tiene su Mandrake, ¿hay un guiño a su trabajo?
Rubem Fonseca me encanta y en todo caso yo me pondría en la línea de su obra “El cobrador”. El Mandrake original era un cómic de un mago que peleaba contra los malosos.
Hay textos escritos desde los recuerdos como el que escribes sobre “El cuate” Calderón, ¿qué relación tienes con la memoria?
Para ese tipo de textos que son evocativos, tomo en cuenta que la memoria es tramposa y no es fiel. Uno recupera de la memoria todo aquello que lo acompaña a lo largo del tiempo por alguna razón que casi siempre es emocional. Creo que llenamos huecos de nuestra vida a partir de lo que evocamos, aunque no sea con la exactitud que podría tener un historiador. Ese texto es una experiencia sensorial y emocional creada con algo que me marcó, y es al mismo tiempo la instantánea de una familia común y corriente en la que todos son Chivas y apuestan su alegría y bienestar a una selección de futbol que ya sabemos que cada cuatro años fracasa. El mexicano siempre le apuesta al perdedor.
¿Sigues siendo Chiva?
Siempre, a morir. Me interesa más lo que le pasa a las Chivas que lo que le pasa a la selección. Soy futbolero desde niño, toda mi familia le va a Chivas, esta es la única cosa que nos une, en todo lo demás estamos en pleito.
En ese texto escribes: la derrota es una ciencia…
Claro que es una ciencia porque la llegas a conocer tan bien, que cuando rompes el hilo conductor de la derrota ya no te sirve de nada. Es en la derrota y el fracaso donde te forjas, no en los triunfos. El triunfo es consecuencia de muchas cosas, pero perder continuamente requiere de cierto toque y con eso construyes una visión de la vida.
¿Esto no es hacer apología de la derrota?
No, yo vengo de un ambiente y un país donde no puedes hacer una apología de la derrota porque todos la venimos cargando de un modo u otro, incluso como proyecto histórico. En México la derrota es una circunstancia cotidiana que conocemos bien.
En varios de tus libros aparece tu familia, ¿qué te dicen de tu trabajo?
No creas que me dicen gran cosa, les llama la atención que recupere tantos pasajes familiares. En general ellos tienen una visión más conciliatoria que la mía. Para mí la construcción de mi familia se fortaleció a partir de la tragedia y el melodrama. Yo soy mucho de eso, soy tragedia y melodrama, de la combinación eso puede salir un humor negro muy refinado.
En México la mayoría tenemos el melodrama en nuestra formación.
Las utopías o la idea de la felicidad están muy rebasadas. Solamente los religiosos y los políticos creen en eso, todos los demás sabemos que eso no es. El día con día está lleno de tragedia, melodrama y adversidad, lo otro son momentos con los que alivias el dolor cotidiano de lo que cuesta no vivir de rodillas.
¿Qué te da miedo?
Los políticos. Me da miedo viajar en transporte público, me dan miedo las alturas, perderme en un sitio.
¿Dónde te has perdido?
Una vez en Francia. De niño me perdí en el Estado Azteca, me rescató don Fernando Marcos. Fui a ver un juego con mi padre y mi hermano menor, el estadio estaba vacío. Jugaba el Necaxa o el Atlético Español, no recuerdo. Me regresé a la tribuna a recuperar un sombrero de palma que me habían regalado, pero a la vuelta no los vi entonces empecé a caminar como loco hasta que le comenté a un cubetero que me había perdido, él me llevó a la cabina de sonido donde estaban Ángel Fernández y Fernando Marcos echándose una cubita, me llevaron con Melquiades al sonido local y ahí me vocearon. Mi padre estaba a las afueras de un túnel esperándome para darme una regañiza. Durante varios días mi familia me hizo bullying por eso.
En el libro te describes como un “ñero, bohemio, de economía precaria, pero al final medio fifí”.
Así soy, vivo en el centro de la ciudad, en un lugar gentrificado. Ya no tengo necesidad de trabajar en nada que no sea lo mío. Ya no tengo hambre. Creo que he salido adelante. Fifí por el refinamiento de mis gustos, la lectura, cierto tipo de música, por la forma en que tengo mi casa. Al final de cuentas son logros burgueses. Hace mucho dejé mi condición de obrero, pertenezco a una clase media precariza como esta toda en este país, pero en general no podría decir que vivo mal.
¿Cómo te ves con relación a libros como Por amor al dólar?
Me veo muy lejos de esos libros. Sigo siendo yo, pero a la distancia de Por amor al dólar te diría que extraño muchísimo aquella época. Era muy feliz mientras trabajaba en una gasolinera, pero no me había dado cuenta. Me siento lejos por el tiempo, pero cercano a través de una alegría juvenil que de alguna manera me inyecta energía para seguir adelante.
¿Más feliz que ahora?
Antes no sabía para que era la felicidad. Ahora no soy feliz, pero estoy muy satisfecho con lo que tengo. No creo en la felicidad, creo que puedes vivir bien contigo mismo. Me acepté como soy, con mis contradicciones. Fui mi peor enemigo durante mucho tiempo, pero ya no.
¿Cómo llegaste a este punto?
Por los golpes de vida, padecer de la muerte de mis hermanos y de amigos muy queridos. Me he repuesto de situaciones personales muy delicadas. Me quedado sin trabajo y sin dinero, me separé de mujeres a las que quise mucho, pero al mismo tiempo me di cuenta de que pese a ello podía hacer cosas por mí. Así me di cuenta que merecía darme otra oportunidad y no quedarme en el rencor o el resentimiento. Tengo muchos odios, pero son más abstractos que concretos.
¿La escritura te ayudó?
La escritura me rehízo, me ayudó a caminar por la vida sobre una carretera pavimentada y no por una brecha.








