Rastreando el nacimiento de la tortuga verde: el aumento de la temperatura en el mar impacta en la anidación de la especie en las costas de México | Mongabay 
Las variables climáticas están alterando los ciclos de anidación de las tortugas verdes (Chelonia mydas) en el Atlántico mexicano, según una investigación que detectó un retraso progresivo en el inicio de la temporada.

Por Astrid Arellano
Mongabay Latam
Cada año, las tortugas verdes (Chelonia mydas) llegan por miles a las playas del Atlántico mexicano para anidar. El arribo casi simultáneo de las hembras a las zonas de internidación —áreas contiguas a las playas de anidación, donde copulan y se preparan para el desove— ha llevado al investigador mexicano Yonel Jiménez a proponer la existencia de un “reloj ambiental”: un mecanismo mediante el cual estos quelonios perciben señales del entorno que les indican cuándo migrar y reproducirse. Sin embargo, ese reloj natural parece estar desincronizándose, marcando inicios de anidación cada vez más tardíos.
Una investigación ha detectado un patrón preocupante en las costas de Veracruz, Campeche y Quintana Roo, en el sur de México. Tras analizar datos estadísticos de 15 años —de 2009 a 2023—, los hallazgos sugieren una variación de por lo menos dos semanas en el inicio de la temporada de anidación. Sin embargo, entre 2024 y 2025 los primeros avistamientos de tortugas y anidaciones en playa parecen estar retrasados por mayor tiempo, según reportan los campamentos tortugueros estudiados ante la consulta de Mongabay Latam. El aumento de la temperatura superficial del mar, junto con una menor precipitación en estas zonas podrían estar detrás de este cambio.
“De manera general, lo que se ha establecido para el Golfo de México y el Caribe es que la temporada de anidación comienza en abril y termina en octubre”, explica Jiménez, biólogo de la Facultad de Ciencias Marinas en la Universidad Autónoma de Baja California. “Sin embargo, los campamentos comentan que se está retrasando ese tiempo. Es decir, ellos han observado en años más recientes y hasta el día de hoy que el inicio de temporada ya no es en abril, sino entre mayo y junio. El final de temporada sí se ha mantenido en octubre”, detalla el especialista.
Para Jiménez, comprender la relación entre el clima y la anidación puede ser un aporte para mejorar los planes de manejo y afinar las estrategias de conservación adaptativa. Este conocimiento no solo permitirá ajustar patrullajes en las playas y mejorar la protección de los nidos, sino también anticipar cómo responderán las poblaciones de tortuga verde ante los efectos cada vez más severos del cambio climático.
“Para el Golfo de México está reportado que, aproximadamente cada 10 años, hay un aumento de temperatura en la superficie marina de hasta 0.6°C”, describe el biólogo. “Aunque 15 años de datos no son suficientes para hablar de cambio climático —se necesitan por lo menos 30 años—, sí nos dan una pauta, un avance para entender los patrones reproductivos de las tortugas”.
La investigación aún está en curso, señala Jiménez, y actualmente se centra en la exploración de los posibles vínculos ecológicos detrás de las señales climáticas. Los resultados preliminares fueron presentados en julio de 2025, durante la reunión anual de la Asociación para la Biología Tropical y la Conservación (ATBC, por sus siglas en inglés) realizada en Oaxaca, México. Se espera que el estudio completo se publique a finales de este año.
Un retraso consistente
Durante 15 años, campamentos tortugueros acumularon datos de sus monitoreos nocturnos en las playas del Atlántico mexicano. Noche tras noche, documentaron el inicio, el fin y la duración de cada temporada de anidación. A partir de esos datos, el investigador Yonel Jiménez trazó una línea de tiempo precisa del comportamiento reproductivo de la especie. En paralelo, recopiló información sobre la temperatura superficial del océano y los patrones de precipitación en las regiones costeras, en busca de una posible conexión entre los cambios en el clima y el delicado calendario reproductivo de esta especie en riesgo.
“El índice de inicio de temporada es calculado a partir del número de nidos registrados”, explica Jiménez. “Cuando este alcanza el 5 %, nos indica el inicio de la temporada. De manera general, la temporada de anidación se retrasa. De manera puntual, a nivel de semanas, existe una variación posiblemente vinculada al clima, por eso se propone inicio, pico y fin como posibles indicadores para predecir la respuesta de la especie ante un escenario de cambio climático acelerado”, detalla el biólogo.
Los registros históricos provienen de tres campamentos clave: Lechuguillas, en el Santuario Playa Lechuguillas, Veracruz; Isla Aguada, en el Área de Protección de Flora y Fauna Laguna de Términos, en Campeche; y Tamul, en el Parque Nacional Arrecifes de Puerto Morelos, en Quintana Roo. Para complementar el panorama, se integraron datos de temperatura superficial del mar que se obtuvieron del centro de datos SATMO-SIMAR de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), mientras que los de precipitación provienen de modelos ERA-5 del Climate Change Service.
“En Isla Aguada el retraso en el inicio de la temporada es claro y consistente”, afirma Jiménez. Sin embargo, explica que en las otras dos playas monitoreadas —Tamul y Lechuguillas— el comportamiento ha sido más irregular. “En las gráficas se nota cómo las semanas de inicio varían. Por ejemplo, en Tamul, en 2009, la temporada comenzó en la semana 23; en Lechuguillas, ese mismo año, fue en la semana 21. Luego sube a la 23, y finalmente ambas playas terminan coincidiendo en la semana 20”, detalla el investigador, al describir los vaivenes del calendario reproductivo de la especie.
En promedio, la temporada de anidación de la tortuga verde se extendió durante unas 12 semanas en las tres playas estudiadas, aunque con ligeras diferencias entre ellas. Tamul, en Quintana Roo, registró las temporadas más largas, mientras que Isla Aguada, en Campeche, tuvo las más cortas. No fue sino hasta 2017 que el investigador comenzó a notar diferencias más marcadas entre playas, lo que sugiere que los patrones reproductivos podrían estar cambiando.
Aunque la temperatura superficial del mar varía ligeramente entre regiones, se encontró que durante buena parte del año —entre mayo y mediados de septiembre— se mantiene en un rango constante de entre 28.5 y 30 °C. Este periodo coincide con las semanas en las que normalmente ocurre la anidación de la tortuga verde, lo que sugiere una posible relación entre la temperatura del océano y el calendario reproductivo de la especie. Por otro lado, el estudio también revela una disminución en los niveles de lluvia anual en las zonas analizadas, siendo la playa Lechuguillas, en Veracruz, la más afectada por esta reducción.
Para los años 2024 y 2025 —que no entraron en el estudio— los campamentos están notando retrasos aún más marcados, lo que refuerza las tendencias estudiadas en las estadísticas.
“La temporada de anidación para esta especie en 2025 inició para nosotros un poco retrasada”, confirma Rosa Martínez Portugal, técnica responsable del campamento Lechuguillas, en Veracruz. “Por lo general, registramos las primeras anidaciones de tortuga verde a mediados de mayo, y en esta ocasión ocurrió hasta inicios de junio, así que sí podemos hablar de un retraso en comparación con los registros de años anteriores”.
Según Martínez, esta modificación en el comportamiento reproductivo podría estar relacionada con factores climatológicos que alteran la temperatura del mar y las corrientes oceánicas. Estos cambios pueden influir en el momento en que las tortugas deciden migrar desde sus zonas de alimentación hacia las playas de anidación. Además, la disponibilidad de alimento también podría verse afectada, lo que contribuiría a retrasar el inicio de la temporada.
“Sí hay diferencias en cuanto al arribo de tortugas. Sabemos que ha estado retrasándose año con año y nosotros lo atribuimos a la sequía, sobre todo, en la zona costera”, afirma Patricia Huerta Rodríguez, responsable del campamento tortuguero de Isla Aguada, en Laguna de Términos, de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp).
A decir de Huerta Rodríguez, la sequía está reflejada en la falta de humedad en la arena, en el sustrato que usan las tortugas para construir sus nidos. “La fecha de inicio de la temporada ahora está más centrada en mayo que en abril, como tradicionalmente ocurría. Además de que no hay humedad en el sustrato, la temperatura ambiental también es un poco más alta, y supongo que la temperatura del agua también tiene modificaciones que pueden ser elementos que motiven el arribo de las tortugas a la zona de playa”, describe.
Mientras tanto, en el campamento Tamul —que comprende el monitoreo de 7 kilómetros de playa frente a una zona hotelera en Quintana Roo— los monitores han identificado la modificación de los meses de arribo de tortugas en el último par de años.
“Particularmente en este año, notamos que fue un poco irregular debido a la presencia significativa de sargazo en playa y el que se encuentra en el océano”, describe Tania Reynaga Cob, coordinadora del programa de tortugas marinas del campamento Tamul, de The Palace Company. “En el primer punto de oleaje, sobre todo en la zona norte, hemos notado que es considerable el sargazo presente en el mar, por tanto, llega a formarse un fango que impide que las tortugas puedan circular en esa área”. Esto ha impulsado el establecimiento de un protocolo para su remoción diaria, apunta Reynaga Cob.
Rumbo a un observatorio tortuguero
Las tortugas marinas son consideradas especies centinelas: su comportamiento puede reflejar el estado de salud tanto del océano como de las zonas costeras donde anidan, recuerda el biólogo Yonel Jiménez.
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“Cuando dejan de anidar en un sitio donde siempre lo han hecho, es una señal de que algo está cambiando en el ecosistema”, advierte. “Si el cambio climático —y en particular el calentamiento acelerado provocado por la contaminación y la actividad humana— afecta su capacidad de adaptarse, el impacto no será solo para ellas. Detrás de las tortugas hay un ecosistema entero en riesgo, del que también dependen comunidades pesqueras y actividades económicas ligadas a la productividad del océano. No se trata solo de una especie: hablamos también de un impacto social”.
En esta línea, Jiménez, junto a Camila A. Reyes Rincón y Eduardo Calderón Alvarado —también investigadores de la Universidad Autónoma de Baja California— estudian de manera paralela la vulnerabilidad de las tortugas marinas en otras regiones del país. Su trabajo abarca desde los efectos del turismo y la expansión urbana en Campeche, hasta las interacciones entre la pesca industrial y las tortugas en dos áreas naturales protegidas del Golfo de California. En este último caso, se identificó una preocupante coincidencia espacial entre zonas de pesca y hábitats críticos, lo que permitió detectar actividades pesqueras no permitidas dentro de áreas restringidas.
Cada una de estas iniciativas es una pieza de un rompecabezas más grande que busca tomar forma: un observatorio tortuguero nacional. La idea es crear un sistema organizado que recopile, analice y transforme de manera continua los datos del monitoreo de tortugas marinas y los ecosistemas de los que dependen para convertirlos en herramientas útiles para la toma de decisiones y el diseño de planes de manejo. Toda esta información pretende estar disponible en una plataforma web, alimentada por los campamentos tortugueros e investigadores de distintas regiones del país.
“Este tipo de análisis sirven para anticipar eventos”, dice Reyes Rincón. “El análisis espacial entre pesca industrial y hábitats de tortugas marinas nos indica sitios de solapamiento que necesitan una atención prioritaria. En este momento, estamos hablando de tortugas marinas, pero nuestra metodología o procesos pensados para el observatorio se pueden replicar en otras especies y en otros contextos, para fortalecernos como sociedad, como actores académicos y como actores locales”.
La propuesta del observatorio tortuguero va más allá de un modelo técnico: es una invitación a entender a las tortugas marinas desde una visión integral, donde cada etapa de su vida y cada presión ambiental revelan parte de una historia mayor, señalan los investigadores. Al unir el conocimiento científico con la experiencia de las comunidades costeras y sistematizar esa información, es posible anticipar amenazas, diseñar estrategias de conservación más efectivas y responder preguntas clave sobre el futuro de esta especie.
La invitación, dice Yonel Jiménez, es a todos los que trabajan por la conservación: que la información no se quede solo en los campamentos ni en la academia, sino que se comparta, se visibilice y se valore el esfuerzo colectivo detrás de este trabajo.
“Nuestra visión es reunir y compartir esa información para que sea pública, con la esperanza de generar una conciencia más profunda sobre la necesidad de cuidar todo lo que nos rodea”, concluye. “Sí, se trata de cuidar a las tortugas, pero detrás de ellas hay muchas otras especies, incluyéndonos a nosotros los humanos. Conservar todo lo que nos rodea, es para nuestro propio bien, al final de cuentas”.
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